

En la vida, todos enfrentamos momentos difíciles, son esos instantes donde la tristeza, angustia o la soledad parecen arroparse con una manta pesada que apenas nos deja respirar he estado allí, sentada en mi habitación, con las paredes cerrándose a mi alrededor y la almohada esperando a acoger las lágrimas que, a veces, no puedo evitar que fluyan es allí cuando más me he dado cuenta de lo crucial que resulta drenar nuestras emociones.
Hay noches particularmente oscuras, donde todo parece ir en mi contra, llenándome de incertidumbre y también despertando viejos miedos y dudas sobre mi capacidad y mi futuro, siempre al caer la tarde, me encontro con la almohada empapada por mis lágrimas y mi compañera soledad solo me recuerda, que el universo entero se ha confabulado para recluirme en esa habitación.
Pero en medio de esa tormenta interna, aparece la resiliencia como una manta reveladora, que calma mi frío y hace que mis emociones fluyan, permitiendo que el llanto salga sin barreras y comience a sentir un leve alivio, porque esas lágrimas no solo representan tristeza, sino que me liberaran de un peso que llevo dentro y que me impide avanzar, la almohada se convirtió en mi confidente, y las cuatro paredes en testigos silenciosos de mi proceso de sanación.
Casi siempre, en nuestra sociedad, se nos enseña a ser fuertes, a no mostrar vulnerabilidad, nos dicen que debemos enfrentar la vida con determinación y que las emociones solo son un obstáculo, pero, ¿qué hay de malo en sentir? ¿Por qué debemos esconder nuestras lágrimas y nuestras angustias? Tras muchas noches comprendí que drenar mis emociones no solo era un acto de rendición, sino un acto de valentía, aceptar cómo me sentía era el primer paso hacia la liberación.
Cuando me sentaba en silencio, a solas con mis pensamientos, podía reflexionar sobre lo que realmente me atormentaba,con cada lágrima que brotaba, llegaba una claridad inesperada, empezaba a comprender que mis emociones no tenían que ser vistas como enemigas, sino como aliados en mi camino hacia la sanación, hablar conmigo misma, aceptar mis miedos y reconocer mis necesidades se convirtió en una forma de terapia.
Las paredes de mi habitación no eran más que un escenario en el que podía explorar mis sentimientos sin ser juzgado.

A lo largo de los años, he aprendido a abrazar mis emociones, ya no me siento avergonzada por llorar en privado,al contrario, me he dado cuenta de que este acto de vulnerabilidad es una forma de conexión conmigo misma. Porque precisamente en esos momentos de soledad es cuando realmente puedo confrontar mis pensamientos más oscuros y darles espacio para ser expresados de repente, lo que parecía un abismo se transforma en una oportunidad de crecimiento personal.
Entender que drenar nuestras emociones no solo es llorar, también implica reconocer la rabia, frustración o incluso la alegría que a veces se siente en medio de la tristeza, a veces, un simple gesto, como escribir en un diario o escuchar una canción que resuena con nuestro estado de ánimo, puede servir como un desahogo, estas pequeñas prácticas me han ayudado a dar sentido a lo que siento, a traducir mis emociones en algo tangible, las palabras en el papel a menudo se convierten en un reflejo de mi alma, y ahí es donde se inicia el proceso de sanación.
También he descubierto que, aunque la soledad puede ser abrumadora, también puede ser un espacio fértil para la reflexión, llena de momentos de introspección, las respuestas empiezan a surgir, allí encuentro fuerza en mi vulnerabilidad, y reconozco que no estoy sola en mis batallas, muchas personas enfrentan luchas similares, pero a menudo las ocultamos tras sonrisas y apariencias.
Durante este viaje, me he dado cuenta de la importancia de darle un lugar a mis emociones, drenarlas me ha permitido ser más genuina, tanto conmigo misma como con los demás, así, cuando finalmente salgo de esa habitación, me siento un poco más ligera, más capaz de afrontar lo que el mundo externaliza y mis experiencias dolorosas se convierten en lecciones y mis lágrimas en un símbolo de mi fuerza y resiliencia.
Invito a quién esté leyendo esto a abrazar sus emociones, sobre todo en esos momentos difíciles, permítanse sentir, llorar, escribir o simplemente estar a solas con uno mismo, la almohada y las cuatro paredes pueden parecer una prisión, pero también pueden ser un refugio donde se cultiva la sanación.
Al final, drenar nuestras emociones puede ser la clave para liberar espacios en nuestro corazón y dejar fluir la vida con una luz renovada.


Fotografía principal editada en Canva.
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