MUERTE

Hoy, en unos momentos aciagos, un mes aciago, esta comunidad me viene de lujo. Necesito hacer catarsis, necesito gritar en letras y calmar lo que los gritos audibles no pueden.

Muerte, la palabra más temida. La que peor sensación induce, la que nadie vence. La muerte se ha asociado siempre con fracaso, con sufrimiento, con miedo, con lo feo. Este mes me he tenido que enfrentar a dos pérdidas muy dolorosas, muy sentidas y como toda pérdida, irreparables. Murieron dos personas muy queridas, de esos que extrañas en vida cuando cada cual va a su privacidad, de esos que te ponían los pies sobre la tierra y te hacían ver que no siempre tenías la razón. Aquellos seres únicos que te ayudan a ser cada día un poco más feliz.

Desde el 19 de junio, me he puesto a pensar mucho en la muerte y en las despedidas sin retorno y me he cuestionado muchas cosas: la fe y la omnipotencia de un ser a quien supuestamente le importamos, quien supuestamente nos ama, a la ciencia, al amor, al desamor, a los amigos y a los enemigos; las dicotomías de las que todos formamos parte y que forman parte de nosotros de manera inevitable, porque la bondad y la maldad absoluta no existe. Me he cuestionado la vida, su existencia y su razón de ser ¿Realmente tenemos un propósito?

Después de tanto pensar y pensar. Me hago tantas preguntas retóricas.

¿Por qué nos duele tanto una muerte?
Principalmente porque es una pérdida y los seres humanos no tenemos fácil resignación ante el sentimiento de fracaso. Porque somos egoístas, no soportamos la idea de despedirnos. Es igual a que si un ser querido se marcha a un país, otra ciudad u otro empleo. Mientras más lejos más nos aferraremos a no dejar ir a la persona amada y cuando la partida es para siempre, sin la oportunidad de la despedida, el dolor y la impotencia son insoportables. Nos apegamos, nos enamoramos, nos acostumbramos al ser querido y aunque sea para bien, no nos permitimos dejarlo ir.

El dolor por una muerte es más por lo que perdimos nosotros que por el sufrimiento del ser amado, que al morir dejó de sentir, ya no tiene dolor, o frío o decepción... nada.

¿Por qué da tanto miedo la muerte?
Porque no la conocemos, porque nadie ha ido y ha vuelto, para contarnos, que hay más allá. Sólo hay una portentosa cantidad de suposiciones, mitología y consuelo en forma de palabras elaboradas que se deben enarbolar en nombre de la fe. Pero la realidad pragmática es que la muerte es definitiva, sin retorno, es infinita. Sin ningún tipo de sensaciones porque si existiese algo, más allá de esa frontera, no es necesario el cuerpo y es allí en ese empaque condenado a la caducidad, donde se guarda todo lo que creemos que es preciado. Le tememos a lo desconocido y por lo general asumimos que lo desconocido es malo... somos siempre mal pensados.

La muerte es una mierda, para los que aún no comprendemos la vida. Si la muerte es eterna, tal vez es la vida la que es parte de la muerte y no al revés, quizás es la vida la que está hecha para enseñarnos las cosas que debemos aprender para ser mejores en la muerte, quizás es a la vida a donde venimos a sufrir y la muerte es la paz plena, absoluta e infinita.

Pero, claro, conforme escribo, no deja de doler... pero un dolor que se entiende, poco a poco tiende a desaparecer...