Dejé este mundo a través de un aliento que no se mezcló con el viento. Crucé avenidas de luces cegadoras y atravesé un mar de violáceas tormentas. Conocí a Caronte y este me llevaba por senderos confusos y pestilentes, hasta llegar a la orilla de una cúspide interminable. Allí conocí a otros muertos, tan extraños y vacíos como yo. Olvidamos nuestro pasado, cuando éramos vivos, a nuestras familias, nuestras vivencias y amores. Nos convertimos en un cascarón ambulante sin rumbo fijo en aquellas inhóspitas tierras, y nos dirigimos sin razón alguna a una enorme puerta; la cual decían que allí permaneceríamos por el resto de la eternidad.

No sé cuántos días, semanas o meses habrán pasado, o si todavía pertenecíamos a un espacio temporal. Lo único que habitaba en mi mente eran mis ganas de seguir adelante, descifrando pasadizos secretos que solo pueden resueltos por un muerto como yo. Antes de llegar a las paredes negras del eterno olvido, una voz empezó a llamarme. En mi mente apareció el paisaje nocturno de un lugar que no reconozco, desafiando la nitidez de mi ahora eternidad.

La voz se convirtió en una risa, que me arrastraba por caminos extraños; no retornaba por la misma ruta, sino por otra desconocida y más severa, como mecanismo de defensa para no ser encontrado. Sin embargo, para mí fue fácil atravesar aquel laberinto espectral, pues era arrastrado por aquella fuerza arrolladora. Fui abandonando lentamente mi alienación del mundo fantasmal. Caí en los vacíos confusos de un lugar en soledad siniestra, aturdido por la destellante luz de un profano umbral.

Comencé a sentir de nuevo; un dolor ascendente en mi pecho me hizo volver a respirar. Empecé a ver lentamente y todo lo que me rodeaba era raro para mí. Y vi sus ojos, como dos cuencas vacías y brumosas, rodeados de líneas brotadas de venas azules y un símbolo inefable en su frente. Llevaba el pelo como los muertos en su trayecto a la eternidad; seco e incoloro. Su sonrisa era un enigma para la contradicción, pues sus dientes eran límpidos como el marfil, pero sus labios estaban tan ennegrecidos y agrietados que parecían atrapados en una infinita aridez.

El resto de su piel era pálida y tersa, como la de un niño. Tenía semblantes que contrastaban la belleza del resto de sus facciones. Llevaba un sombrero enorme como un paraguas y un vestido transparente como un velo. La miré fijamente intentando descifrar con mi mente el enigma de su naturaleza, pero aún estaba confundido por esa brusca resurrección.

—¿Tú me has revivido? —Le pregunté de manera automática, como si mi interrogante estuviese precipitada a ser ejecutada. Ella no me contestó, solo observó mi rostro con su sonrisa, a la cual le tenía cada vez más miedo.

—¿Acaso nos conocimos cuando estaba vivo? —Fue mi siguiente interrogante, y como sucedió con la anterior, no era algo que en verdad quería preguntar. Tampoco me respondió, pero esta vez dejó de sonreír; como si le decepcionara el hecho de que no la recordara.

—¿Por qué no respondes a ninguna de mis preguntas? —Esta vez hablé de manera voluntaria, lo cual me hizo entender que estaba retomando el control de mi cuerpo. Miré hacia abajo y noté que estaba completamente desnudo, además de que poseía una enorme cicatriz que iba desde mi abdomen a mi pecho.

—No te preocupes, —me habló finalmente— no hagas ningún esfuerzo o te perderás. No podrás recuperar tu pasado, pero para eso estoy aquí. Yo seré tu memoria y ayudaré con tu venganza.

—¡Venganza! ¡Qué palabra tan fuerte! —Exclamé con hosquedad—. No nos enseñaron de donde provengo esos conceptos, pues solo nos limitaban a interesarnos por la búsqueda de la eternidad. No quiero eso, por favor, devuélveme de donde me trajiste con el mismo mecanismo que usaste.

Ella hizo una mueca con su rostro; pensativa y dudosa. Luego tomó mi mano y me sorprendí; era como si yo nunca hubiera tocado a otro ser humano.

—Tu muerte fue un error —Aclaró con imponencia—. Es por eso que me permitieron volverte a traer. Debes realizar tu venganza primero y luego convertirte en el rey de Sadgrum, ese es tu destino.

Al mencionar la palabra de Sadgrum, me estremecí. Un leve recuerdo de mi anterior vida se reprodujo de repente en mi cabeza. Sí, estaba claro. Yo era un caballero de este reino que perdió un duelo en contra un tramposo rival. Él fue el que me hizo esto, esta cicatriz espantosa en mi torso.
—Debes tomar tu lugar —prosiguió la mujer—, no se puede contrarrestar lo que el destino ya preparó.

Y luego, mi mente se enarboló en imágenes que restituían mi templanza. Así es, este es mi destino y debo cumplirlo. Ahora sabía que no podía dejárselo a ese miserable traidor. Tomaré de nuevo la espada y le arrebataré Sadgrum a ese usurpador.