No recuerdo cuándo fue la última vez que vi el mundo tan vasto; no recuerdo la última vez que he visto los verdes pastizales del África, con su gente vistiendo los más coloridos atavíos sentada alrededor del fuego escuchando las historias que el más venerable de los ancianos cuenta.

Han pasado siglos, entre los mares del tiempo navegando de un lado a otro. He conocido el amor en sus distintas formas, he vivido los más intensos conflictos en sus diferentes modos. He contemplado el nacimiento de grandes imperios, así como su subsecuente desgaste. He fundado una ciudad, la cual hasta hoy persiste en sus cimientos; he visto cómo ha evolucionado de humildes casas de madera hasta edificios de ladrillo y concreto.

He visto, he vivido; he amado, he perdido, he ganado.

Mis ojos cansados han contemplado cómo el mundo evoluciona, y quizás no vea el resultado de ese proceso que debe culminar en algún momento en la vida de la raza humana.

Quizás no quiera verlo, pues la mala espina que me generan los últimos avances tecnológicos parece insertarse más en mi alma. Es posible que tales avances al final perjudiquen más a unos que a otros; quizás esos avances quiten el bello color con el que el mundo siempre se ha engalanado ante mis ojos.

Quizás pronto los vampiros, los híbridos y los licántropos finalmente alcancen la tan ansiada paz que ciertos miembros fascistas de dichas razas niegan con vehemencia. Dios quiera que sí, porque creo que se puede lograr, aunque tengamos que escondernos de nuestros primos los humanos.