Mientras escucho Las Cuatro Estaciones del maravilloso Vivaldi escribo el siguiente ensayo, que en el proceso, me hace reflexionar sobre lo arcaico que eran aquellos tiempos donde debías atenerte a un trozo de papel con garabatos y un costoso instrumento para poder disfrutar de las composiciones de tus artistas favoritos. Escuchar música en tiempos de antaño era, en efecto, todo un arte. Uno que si bien era todo un algoritmo tedioso pero bastante satisfactorio, rascaba esa parte de la mente humana desde un aspecto sociológico que obligaba a la sociedad en sí a buscar una forma de mejorarlo todo; digamos que por amor al progreso y no por hacer todo mucho más fácil.
Cuando se analiza la historia de la industria musical (no de la música porque no es momento de hablar de cavernícolas y huesos, Karla Mirabal, 2018) debemos entenderla como una cronología de reformas que de forma exponencial cambiaron la manera en la que el contenido fonográfico era distribuido al público. Partiendo de esta perspectiva, explico en el siguiente trabajo de forma efímera y lo mas concisa posible, que estas reformas no deben ser vistas ni positivas ni negativas sino simplemente como reformas.
La humanidad ha atravesado tiempos de crisis y tiempos de prosperidad gracias a dichas reformas y la industria musical no se escapa de estas. Se debe aclarar que focalizando diversos matices en la materia, entenderemos que como Lamarck lo explicó con una entretenida lectura sobre las jirafas, todo se debe adaptar al entorno y si sigo con analogías mal planificadas sobre pioneros de la biología, puedo decir que resumiendo a Mendel; todo evoluciona.
La llegada de las primeras transmisiones radiofónicas supuso un momento trascendental para la industria musical, sobre todo en el ámbito en el que se distribuía la música como un producto para el consumo público, porque es de gran importancia ver ya a la música, no importa si eres artista o consumidor; como el resultado de prácticas capitalistas. Una ciudad, luego un país, luego una región continental entera y luego, el mundo. Finalmente con la radio, la música ya llegaba a todos los oídos del planeta y a su vez, todos podían adquirir sus piezas mediante los famosos discos de vinilo.
Todo pasó en una fracción de segundo, como si de la división celular se hablara, desde que todos debían aprender a tocar un instrumento para tocar las piezas musicales que compraban en papel hasta el punto en el que un artista o banda se promovía de forma masiva y luego proceder a adquirir su contenido en tiendas especializadas para melómanos.
Fue ahí donde la industria vaticinó lo que sería una era hecha de oro macizo mediante la globalización del vinilo y los tocadiscos como medio para consumir la música por excelencia. Fueron las ganancias multimillonarias que promovieron una evolución todavía más prominente de este formato, y hablamos directamente de la era de la grabación digital con cinta y luego el arribo de los importantísimos y ya olvidados Discos Compactos o CD’s.
Las grandes compañías discográficas gozaban de colosales ganancias con casi todo tipo de música en el mercado donde quisiera hacer un pequeño hincapié para introducir a “La Estafa del Álbum”. Estas compañías veían más fructífero vender un álbum de 12 canciones al menos por un elevado precio que un single hit del artista o banda en cuestión por lo que si estaba dentro de tu interés dicho single, debías pagar por canciones que podían simplemente no gustarte o simplemente podían estar ahí para mantener un supuesto concepto en el álbum, cosa que sí, si existía y que desde una perspectiva bastante escéptica y libertaria es socavado para desenmascarar la verdadera intención de la industria.
El CD, un gigante hecho de oro y fuego que se erigía sobre el mundo para clavarse en la tierra y gritarle al mundo como iban a ser las cosas a partir de ahora. La cantidad de ceros en los libros contables de las disqueras eran horripilantemente longevos y tanto el productor como el artista vivían de lujos y excesos; especial referencia al productor porque conforme avanzaba el tiempo, la tecnología era cada vez más amigable con el mismo con respecto al proceso de producción. Más facilidad, menos costos, más ganancias.
Por otro lado, estaba creciendo a paso lento pero firme, lo que sería el mayor enemigo de este gigante. Una ola que apagaría ese fuego para reducirlo sin piedad alguna a una tenue llama que haría lo que fuese para mantenerse viva un día más. El internet.
Internet no avisó cuando llegaría, solo llegó, y con él, llegaron personas que si bien podrían considerarse lacras y ratas enemigas del sistema capitalista en el que estaba sumida la industria musical, en mi opinión eran visionarios inconscientes de lo que estaban haciendo. Napster es el mejor y más importante ejemplo, con su sistema Peer to Peer, prometía (y cumplió) contenido musical gratis y para todos. De esta manera, no se debe ver a Napster como esa app que quiso destruir a la industria sino como la primera de muchas batallas contra la misma para definir por completo lo que pasaría con la forma en la que se consumía la música en el mundo. Era solo una de las cabezas de la Hidra.
Como consecuencia, el dinero como el principal motor de básicamente todo, se vio en peligro y las disqueras hicieron todo lo posible para detener esta entropía en la que se iban a ver sumidas. Y al analizarse a Napster o el primer quemador de CD, el consumidor suele colocarse en dos lados de un mismo debate, ¿El artista hará su trabajo de gratis? No, ¿El consumidor tiene derecho a contenido gratis puesto que al fin y al cabo si está en las tierras de Internet pues debe ser gratis? Si. Pero nunca nos preguntamos sobre el matiz neutral más importante de este impase. ¿Es correcto que ellos ganen tanto por este arte? ¿Quién dictó que yo debía pagar por canciones que yo no quiero escuchar? ¿Es acaso el precio correcto el que alguien paga por un CD? Es el juego de tira y encoje más largo y que nadie sabía que se podría resolver de una manera tan fácil.
Como resultado de años y años de leyes y demandas gracias a la sabiduría de los Derechos de Autor, una avaricia incontrolable que nubló la mente de las disqueras al poder saborear el poder y las riquezas que podían conseguir con un Paranoid de Black Sabbath o un Thriller del buen Michael Jackson y un grupo de amantes de la música que no iba a descansar hasta que castigaran a las disqueras por un crimen que ni ellos sabían que cometían. No existe matiz neutral y eso es lo que llevará a la industria a cabizbajos una y otra vez.
Los años pasarían y llegaría un visionario que posiblemente se hizo las mismas preguntas y traería el iPod y el iTunes para revolucionar el mercado, dando al consumidor una alternativa, que luego se impondría como al CD, para poder adquirir música. Esta opción donde podías escoger que comprar coló entre los internautas por un efímero momento, pero venía de la mano con la filosofía de Apple sobre un sistema altamente restringido y cerrado, y esto mermó de nuevo la mente del consumidor digital haciendo metástasis y volviendo de nuevo a la eterna pelea. Y es lo que hace pensar que todo este tira y encoje radica en una libertad que busca el internauta y que cuál utopía, es imposible de conseguir.
Apple no conseguiría un equilibrio en la industria pero si sentaría las bases para conseguirla, cambiando la concepción sobre cómo se debe consumir la música e inevitablemente, dejando el CD para los coleccionistas y fanáticos de los libros conceptuales. Luego llega la salvación de todo, el mesías prometido. El streaming.
Con un teorema que radicaba de las cenizas de Napster, vuelve el streaming bajo el nombre de Spotify, esta brillante aplicación propone que toda la música estaba gratis pero con condiciones; publicidad para ser preciso y si no la querías pues pagabas para removerla de forma mensual.
A sabiendas, es lo que había estado esperando el consumidor desde hace mucho, una opción a la mano de todo un repertorio musical variado e increíblemente amplío, con una gran calidad y con otras opciones que serían un factor clave en la sociología del consumidor musical como por ejemplo, las playlists.
Pero existe algo a considerar que quizás se deslice por debajo de la mesa pero que no se puede pasar por alto precisamente por el tema de la ubicación geográfica. Spotify como tal, existe en una gran variedad de países, pero no en todos. Una puñalada sin clemencia fue lo que sintieron muchos venezolanos (por colocar un ejemplo) cuando saltaba el aviso de que la aplicación no estaba disponible en mi región geográfica, que si bien se resuelve fácilmente con un VPN o Virtual Private Network para disfrazar dicha identidad tercermundista, no es una solución limpia para los internautas concurridos por lo que usualmente se opta por hacer uso de la piratería para conseguir los discos en alta calidad. Esto último es importante recalcarlo debido a cierto escepticismo que existe hacia internet en sí, aunque suene bastante irónico.
De igual forma, aún con las disqueras intentando revivir el CD y el vinilo ahora renaciendo como el fénix gracias a la cultura hipster, las grandes compañías y los artistas han optado por el streaming pero todavía más exhaustivo que Spotify con respecto al tema de la flexibilidad en su modelo de negocios, con tal de conseguir las mismas ganancias que antes, a lo que me lleva a mi último punto a tratar.
Todo este viaje cronológico para ver como la industria se ha cambiado a sí misma como un organismo vivo debe colocar al consumidor en una posición donde este reflexione sobre el verdadero enfoque que deberían dar las disqueras y que ha funcionado tanto durante tanto tiempo. La publicidad.
Veamos al mercado del entretenimiento como otro organismo vivo todavía más grande que la industria musical. Ahora, es tácito que las ganancias del músico ya no son las mismas, pero no es la única forma de hacer dinero. Conciertos, los derechos de autor, etc. Son varias de las formas en las que los artistas pueden obtener rédito de su contenido. El magnífico poder de la publicidad aparece en donde un artista bajo un sistema retroalimentativo puede generar dinero apoyándose en la promoción de su música junto a otras áreas del entretenimiento. Pero una cosa es completamente segura, las disqueras deben salir de un sueño generado por la avaricia y entender que el gigante de oro ya no existe y que la única salvación en una realidad donde la música es totalmente gratis para el consumidor junto a las maravillas del Copyright, es una opción bastante viable desde mi humilde opinión.
De forma superficial, se entiende que las reformas siempre van a existir mientras el dinero exista para mover el negocio de la música y actualmente tanto las disqueras como el consumidor deben ponerse de acuerdo y es por eso que a la pregunta ¿Debe ser la música gratis o paga? Respondo con total sinceridad, que debería y no debería. Un artista debe vivir su arte pero también debe vivir de él, con esto hago referencia a que entregar un producto increíble al que le dedicaste horas y hasta años de trabajo sin recibir nada a cambio me parece algo totalmente equívoco. Las masas dirán con toda la ignorancia posible que esto no es cierto, y culpo a ese horrendo estereotipo en el que un artista decide tocar una guitarra en vez de aprender Cálculo Numérico y de repente su futuro se llena de pobreza y fideos recalentados durante toda la semana.
Por otro lado, las opciones son lo que hacen el mercado, y este mercado goza de muchas opciones para consumir música. Las disqueras deben adaptarse al entorno que creó Internet en el mundo y vivir en sana paz con la piratería. ¿Debería desaparecer la piratería? Eso nunca va a pasar. Pero mientras el público tenga opciones menos costosas que un disco tales como Spotify o DEEZER, el mismo va a considerar bastante innecesaria la piratería, pero igual seguirá existiendo.
Como futuro Productor Musical y artista (espero yo) considero a APPLE MUSIC como una opción totalmente sólida para la venta de música. Esta plataforma muy parecida a Spotify pero más pulida y enfocada al artista, goza de un gran plan de pagos para el consumidor promedio bastante flexible con un catálogo incluso más amplio que el de Spotify y tiene una confabulación directa con la tienda digital de música por excelencia más grande de la historia junto a un poder de propaganda todavía más grande. iTunes.
Siempre he sido usuario de sistemas que pueda controlar a plenitud en lo que a personalización respecta, pero Steve Jobs implantó un chip en mi cerebro de pura hipocresía al adquirir mi primer iPod, dándome a disfrutar de un sistema cerrado, excesivamente fácil de usar y con buena calidad sonora.
Sin duda está la filosofía de la opción, donde puedes escoger entre pagar por una subscripción mensual o anual del servicio Apple Music; y si eres un poco más conservador y piensas tener tu música para tu repertorio personal pues la compras en la tienda. Simple y sin muchos movimientos que pueda volver tediosa la experiencia dentro del sistema. Sin contar con la alternativa de la radio para aquellos que sufren de la suficiente pereza como para ponerse a escudriñar en cada rincón del servicio para descubrir a nuevos artistas y las diversas exclusivas para los clientes tanto en albums como en conciertos en vivo que se amplía cada vez más.
En cuanto a las ganancias no existe una gran preocupación debido a que una gran parte de la población es poseedor de un equipo de Apple sin contar que el software por excelencia cuando de producción o consumo musical se trata, proviene de Apple. De nuevo el sistema cerrado dando la cara. Como un artista hipotético gozaría de una promoción tan alta que simplemente no tendría que preocuparme por lo que gane dando mi música gratis a Apple Music. No ganaría lo mismo que estando en servicios más costosos y Premium como TIDAL pero sería lo justo y suficiente; y optaría por completo a la eliminación de mi producto bajo el esquema del CD para reducir costos y por meros principios progresistas pero si lo lanzaría en Vinilo en cantidades bastante limitadas para los más conservadores. Como dije anteriormente, soy fiel creyente en la publicidad y eso viene agarrado muy fuerte de la mano del merchandising. Gracias a la semiótica, el merchandising puede ser muy fructífero si se hace con inteligencia para aumentar todavía más las ganancias.
Como conclusión, la industria musical cambió gracias a Internet e Internet será una constante en la misma por mucho tiempo. Como usuarios de internet y consumidores de música, debemos analizar, así sea de forma superficial como funcionan ambas por separadas y en conjunto para concientizarnos con un negocio que solo tiene como propósito lucrar y entregar a todos un buen producto. Entiéndase como producto, contenido musical que le guste al consumidor sin importar su desarrollo, profundidad conceptual y finalidad. La piratería podemos verla como una alternativa para aquellos que no podemos adquirir música de la forma convencional y esto ocurre (al menos en mi caso) por factores que salen de nuestro poder y no vienen al tema a tratar.
Pero concientizarnos ya será una reforma que debe cambiar nuestra psicología y la sociología misma y debe tener el mismo calibre que el de Napster en su momento de gloria. Y algo es totalmente seguro, esa reforma vendrá.
El negocio de la música es precisamente eso un negocio, superficialmente pensamos en gente que se organiza para grabar un disco y organizar conciertos pero es mucho más complicado que eso, como ya lo has descrito. Excelente primer post, un consejo pon las fuentes de las imágenes. Te sigo ;)
Muchas gracias por las críticas!!! Me alegra que te haya gustado.
De nada!
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