Rompiste mis huesos
con una bestialidad que supera el ataque de un león.
Siempre esperé tanto de ti, y en realidad fuiste tan poco
que mi memoria te ha hecho polvo
y lo ha discernido entre los más oscuros pensamientos.
No me atrevo a quemar tus cartas,
ni tus poemas,
ni aquel anillo con el que prometías felicidad,
porque en realidad no mereces tanto.
Los llevo hasta tu puerta,
con el fin de que te quedes con tus recuerdos
y también con los míos.
Con tus ruinas llegué a construir murales,
tratando de sanarte de los males que te acontecieron
creyendo que provenían de manos ajenas a las tuyas,
pero descubrí que has creado tu propia miseria,
y que no mereces un lugar mejor.
Quédate ahí donde estás,
donde tu ausencia me hace ruido,
pero me demuestra que no existe mejor manera
para sanarme de mis ansias.
Ya no existe más compasión para ti.
Te di mi vida y mil perdones.
Aún así, no dejas de fallar,
y por fin me decido a abrir los ojos
y dejarte atrás.
interesante escrito