El día amaneció fresco, con esa brisa que parece llevar consigo promesas de tranquilidad. Me dirigí al Parque 1ro de Junio, en Alto Cayma, un lugar que, aunque pequeño, guarda una serenidad que solo se encuentra en estos rincones alejados del bullicio. Había algo especial en esa mañana; quizá era la luz dorada que atravesaba las hojas de los árboles, o el silencio roto únicamente por el canto de los pájaros y el murmullo lejano de la ciudad.
Mientras caminaba por el parque, me detuve a observar los detalles: los bancos desgastados por el tiempo, las flores silvestres que, rebeldes, coloreaban los bordes del césped, y la manera en que las montañas, siempre presentes, abrazaban el horizonte. Es curioso cómo estos espacios, a menudo ignorados en el mapa de nuestras vidas cotidianas, pueden revelar tanta belleza cuando se les presta atención.
El propósito de mi visita era sencillo, o al menos eso pensaba al principio: trazar un mapa, capturar cada rincón de este parque y hacerlo parte de algo más grande, algo que trascienda el espacio físico. Pero con cada paso, sentía que el parque me ofrecía mucho más de lo que yo podía darle. Era como si su esencia, esa mezcla de calma y resistencia, quisiera quedarse grabada no solo en mi cuaderno, sino en mí.
Pensé en cómo este lugar podría resonar en otros. En lo que significaría para alguien que nunca ha pisado Alto Cayma, caminar, aunque sea virtualmente, entre estos árboles, o sentarse bajo su sombra imaginaria para contemplar un atardecer frente al Misti. No sé si era la altura o el paisaje, pero por un momento sentí una conexión casi espiritual con ese pedacito de tierra que, hasta entonces, había sido solo un punto más en el mapa.
Quizá sea eso lo que me motiva a seguir haciendo esto, a buscar lugares como este, a trazar sus caminos, a inmortalizarlos. No se trata solo de mapas o tecnología; se trata de historias, de emociones, de esos pequeños refugios que nos recuerdan que, aunque el mundo puede ser caótico, siempre habrá un rincón donde la paz es posible.
Cuando terminé mi recorrido, sentí que aún había más por descubrir, más por capturar. Y pensé, ¿qué pasaría si alguien más se sumara a esta aventura? Si más ojos pudieran ver lo que yo veo, si más manos ayudaran a dibujar estos mapas, quizás podríamos preservar no solo el lugar, sino la sensación que provoca estar allí.
Me fui del parque con la certeza de que volveré, y con la esperanza de que, algún día, no sea el único en hacerlo. ¿Te animarías a acompañarme? Tal vez el próximo mapa que tracemos juntos sea de un lugar que, como este, nos recuerde que incluso lo más sencillo puede ser extraordinario.