Paul Cézanne es el padre de la pintura moderna, puente entre el siglo XIX y las nuevas propuestas del XX.
Pero en vida Cézanne fue un pintor ignorado. Arisco y misántropo, apenas expuso y no confió jamás en el mundo del arte. Sólo tendría la admiración de algunos de sus más modernos contemporáneos, y por supuesto el de las nuevas generaciones, como Picasso o Matisse que afirmaron: «Cézanne es el padre de todos nosotros».
El pintor era extremadamente pobre y muy poco sociable. Frecuentaba los bares de los impresionistas, pero mientras el carismático Manet conversaba con el ingenioso Degas y el elegante Monet, Cézanne se sentaba en un rincón mirando con el ceño fruncido la escena, todavía con su ropa de trabajo, y de pronto daba un golpe en la mesa gritando cualquier improperio, y se levantaba saliendo del bar de un portazo.
Los demás se encogían de hombros y seguían bebiendo.
Era Cézanne, todo un temperamento…
Sus pinturas se hicieron bien conocidas y buscadas y obtuvo el respeto de una nueva generación de pintores. A pesar del creciente reconocimiento público y éxito financiero, Cézanne prefirió trabajar en el aislamiento artístico, normalmente pintando en Provenza. En 1900 tres de sus lienzos se incluyen en la Exposición Universal y trece en una exposición organizada por Paul Cassirer en Berlín...
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