El silencio fue infinito, instantáneo y revelador como todo en este universo. Miré a mi alrededor y solo veo posibilidades. Es como si todo estuviese en una etapa potencial. Enfoco un poco mi mente y me concentro en una escena donde mi película transcurre. Veo gente rodeándome, calor humano, siento la inmensa fuerza espiritual de un grupo nutrido de personas que se unen por una misma razón coreando una canción. El acorde Mi mayor suena una y otra vez, la gente sonríe, es un escenario hermoso.

La perspectiva cambio de pronto, y ahora vi gente con problemas para hablar, mal vestidos, que eran incultos e ignorantes. Entendí en instantes que la culpa de todo lo que sucedía en mi país era de ellos y me dediqué a criticarlos. No sabía el inmenso talento que tenía para ver los defectos en los demás. La mayoría tenia características físicas reprochables, otros hablaban mal porque tenían escaso vocabulario. Fueron tantas las críticas que tuve de todas las personas que aparecieron, que me sentía como en un tribunal de la inquisición dictaminando quien debía ser crucificado.

Vuelve el silencio y aparecen innumerables espejos. Me puedo ver desde miles de perspectivas, veo mis ideas y pensamientos, veo mi cuerpo actual con sus defectos y virtudes. En determinados ángulos se reflejan mis dudas, mis críticas a los demás, mis miserias, mis mentiras, mis ganas de obtener grandeza y reconocimiento. Girando la cabeza en los espejos superiores veo en cambio la alegría, el amor infinito e incondicional, el calor humano, las ganas de dar y entregarlo todo. Arriba con esas energías siento al creador, y desde esa luz hay un libro. Es como un pergamino y veo gente conocida alrededor de ese lugar. Hay tanta luz y se siente tan pleno que no me quiero ir de allí. Siento fuerza, la certeza comienza a invadirme. Decido dejar a un lado las expectativas y entregarme a pulir y potenciar el talento que me dieron. Alguien ha comenzado a decir YKVK YKVK, suena la música de fondo en Mi mayor, miles energías blancas aparecen y veo un embudo de luz.

Enfoco la vista de nuevo y siento el viento frío del pueblo. A unos metros hay un señor en silla de ruedas, el ruido de fondo es una mezcla de vehículos pasando con gente en una mañana otoñal. Veo con claridad las casas de la montaña y suena el teléfono.

Yo: Aló

Ramsés: ¿dónde estás?

Yo: Aquí en la plaza ¿no me ves?

Ramsés: La verdad no.

Yo: jeje deja de joder que no tengo tiempo

Ramsés: No estoy jodiendo, estoy aquí en la plaza.

Un último estruendo en Mi mayor, recordé todo lo sucedido, sentí mi vida pasar delante de mis ojos, aparecieron las dudas, el miedo, la culpa, las limitaciones, las críticas, el deseo de tenerlo todo para mi, pero la luz brilló tan fuerte que sentí la certeza, la alegría, el calor de un fuerte abrazo, el amor infinito e incondicional. Entendí que todo hacía falta, lo bueno y lo malo. El contraste era vital para apreciar el camino.

Gire hacia mi izquierda y esta Ramsés sosteniendo su teléfono.

Yo: ¡Epale chamo por fin nos vemos!

Ramsés: ¡Hermano querido!

Yo: Chamo te diste cuenta de lo que acaba de pasar. No lo puedo creer.

Ramsés: La verdad no, pero ¿Sucedió algo?. Tú siempre inventando cosas. Antes de que me digas nada tengo que contarte el sueño que tuve anoche.

Yo: Vamos a tomarnos un café y me cuentas.

Ramsés: Chamo, soñé que una canción que tú siempre escuchas, tenía un código del universo que te podía sacar de sincronismo. Era algo relacionado con la frecuencia de las notas musicales , al escucharlo por un tiempo suficiente y con la conciencia correcta podías abrir un portal dimensional. Era una canción que siempre repetía lo mismo, lo cierto es que tú la comenzabas a cantar y te ibas desdibujando hasta desaparecer. La única forma de comunicarnos era a través de los pensamientos, como te he contado varias veces que sucede en el mundo de ensueños.