Tú que la ves y hablas con ella a diario, no la saludes de mi parte. Dile, mas bien, que el cabello largo le luce excelente. Pídele que te hable de algo que le emocione. Observa cómo se levantan sus cejas, verás cuál es mi debilidad. Haz que se enoje un poco. Notarás un sutil cambio en la intensidad de sus palabras. Sabrás porqué muero por escucharla todos los días. Pregúntale qué opina del régimen y sacarás lo peor de ella, que para mí es lo mejor. Deja que se aburra un poco, esto no se te hará muy difícil, vas a querer pasar la yema de tus dedos por su cráneo para que duerma un poco y en este punto, ruega al cielo que en sus sueños pueda hallarme yo para poder decirle todo eso que solo en mis sueños he vivido y que de allí no lo quiero dejar salir.
Tú que fácilmente la vez y le hablas, no seas corriente y común. Ponte mis lentes y visualiza su comportamiento, sus gestos, sus rasgos, sus movimientos, el tono de su voz, cada parpadeo suyo; acércate un poco más de lo que sueles acercarte pero ten cuidado, no vaya a ser que termines en esta prisión junto a mí. Comprenderás porqué mi mundo ya no quiere seguir girando. Sabrás cuán amplia es la distancia que me separa de sus labios.
Quizás, una lágrima indiscreta brote de tus ojos. Si te pregunta el motivo de tu lágrima, puedes decirle que has pasado tanto tiempo viendo al sol que es natural que tu cuerpo se defienda.
Raúl Guaipo.