Lo encontraron exánime y marchito debajo del viaducto nuevo. Lo encontraron unos vagabundos allí tirado, deforme carcomido por los entes propios de la muerte en este mundo. No había nada que hacer, nadie lo reconocía ni sabían quién era, por lo que la policía y los bomberos se llevaron el enorme cuerpo medio putrefacto al hospital universitario porque quedaba más cerca que el de la policía. Trataron de identificarlo sin mucho afán. Dedujeron que se había caído del puente y esto le había causado la muerte. Si fue un accidente, un suicidio o un crimen nadie lo sabría pues no se sabía quien era y su ropa andrajosa indicaba que era un vago. A nadie le importan mucho los vagos.
Le hicieron la autopsia, le tomaron unas fotos que le dieron a la policía para que las colgaran en la cartelera y en los archivos de gente desaparecida y lo enterraron en una fosa común. A los meses llegó una mujer diciendo que su hermano se había perdido, que tenían demasiado tiempo sin saber de él, se llamaba Beto y no era un hombre de bien. Le mostraron las fotos del libro y ella lo identificó, el hombre del viaducto había sido Beto, alguien que en este mundo era un paria pero que en otro había sido un gigante. Le hicieron una misa, pero nadie lo lloró y pronto siguieron sus vidas olvidando al gigante que pudo ser y recordando solo lo malo.
El era unos meses mayor que yo, sin embargo, su tamaño era el doble del mío y su voz era gruesa desde siempre. Tenía la boca de labios gruesos y la nariz grande y ancha, no así sus ojos negros que brillaban siempre como si estuviera a punto de llorar. Sus cejas eran pobladas y se unían en el centro, su frente era corta y su cabello abundante negro y grueso. Sus orejas grandes siempre estaban rojas por lo que siempre eran objeto de burla. Era corpulento y fuerte y aunque no parecía demasiado inteligente era ladino y avispado. Siempre lo regañaban por esto y por aquello, era el recogido, el que tenía que hacer el mandado, el que culpaban de todo, el que el loro llamaba “Beto, burro” y del que todos se reían. Mi mayor recuerdo del gigante fue cuando hace muchos años me llevó cargado en sus hombros por una subida eterna, pues un ataque de asma avanzado no me dejaba continuar. Mis primas y hermanas avanzaban tratando de hacer el camino más llevadero conversando y hablando de esto y aquello, mientras Beto, el gigante, me llevaba como una mochila. En esa época yo no era muy grande, pero él también era un niño. No recuerdo por cuanto tiempo me llevó en su espalda, creo que una camioneta se apiadó de nosotros y nos llevó hasta nuestro destino arriba, mucho más arriba y allí tomé mis medicinas. No recuerdo haberle agradecido.
El tiempo pasó y como en veces anteriores, nos encontramos de nuevo en otras ocasiones. Crecimos y fuimos por caminos diferentes. Se que hizo cosas reprochables, se que no siempre fue bien querido, excepto por esa tía, esa abuela que todos tenemos en la familia y que perdona todos los pecados. Alguien me dijo que Beto eligió esa vida y que ese había sido su castigo. Yo prefiero creer que era un gigante de otro mundo y que para este no servía, que era un ángel sin alas perdido en este universo cruel y que para sobrevivir tuvo que hacer lo que hizo pero que era capaz de llevar sobre sus hombros a un niño enfermo y de cuidar con toda la ternura del mundo a su segunda madre, cuando enfermó por última vez.
oye, me gusto el post amigo, de verdad que es un cuento corto pero conciso ...!!!! va directo y bien redactado...!!! va mi voto
Muchas gracias. Me gustan las historias cortas, está inspirada en un familiar.
Wow! Que buen relato! Lo has creado tu? o es fragmento de algun libro! Me interesaría saber más de la historia!
Oye, gracias. Es una historia e homenaje a un familiar.