Mientras nos relajábamos bajo una sombrilla, observando con cariño cada momento de alegría de la familia, con una buena música, los más pequeños saltaban las olas y se aventuraban en el agua cristalina, mis padres se dedicaban a cuidar de la fogata ya que más tarde teníamos pensado freir unos deliciosos pescados para degustarlos en el almuerzo.
La familia se sumergió en un mundo de juegos, complicidad y amor en la playa. Más tarde se dirigieron a disfrutar de la calma del mar nadando suavemente, yo en lo personal por cuestiones de entrenamiento y que durante unos días tengo competencias no me pude bañar pero me fascinó verlos compartiendo momentos de conexión y felicidad todos juntos en esa cristalina agua.

Y así entre, risas, complicidad y amor, despedíamos este día inolvidable en la playa, ya que el atardecer se oscurecía y aún teníamos que llegar a nuestros hogares que nos tardaríamos aproximadamente 1 hora en llegar a ellos. Y creando recuerdos que perdurarían para siempre nos alejábamos de esta increíble aventura.