El músico maldito (cuento original de ficción)

in CELF Magazine10 months ago (edited)

Ten cuidado a quien prestas tus oídos.

Fuente

¿Alguna vez has tenido una interacción energética sumamente extraña y desconcertante en un concierto? Yo sí. Así fue que conocí al que inspiró esta obra, el músico maldito, un cantautor con intenciones oscuras que nunca supe poner en palabras. Sin embargo, su aura me generaba un profundo malestar.

Sabemos de antemano que ir a un concierto requiere una interacción de energía: el músico se alimenta de los aplausos y la recepción del público y el público se alimenta de los estímulos que genera su música y la energía que hay detrás de las canciones. Una canción te puede desanimar profundamente así como puede hacerte bailar, o incluso hacerte sentir drogado. Es un proceso inevitable, pues todos somos energía, y cuando los músicos crean cosas, ponen intenciones tras sus canciones.

Esa es la misma razón por la cual ciertos fonemas o sonidos te llevan a un estado vibracional específico. La gente no se salva de ello en la música contemporánea.

Efectivamente, yo no me salvé.

Cuando conocí a Santos por primera vez, recuerdo que llegó a mi lugar como protagonista, buscando cantar sus canciones hedonistas que contenían gritos y liberación extraña de energia. Desde entonces, me ocasionó un malestar desconocido al que no supe ponerle nombre. Tal vez era mi ego, compitiendo mentalmente con él. Pero no, había una sensación extraña; como si estuviesen aplacando mi estómago con tenedores. Como una electricidad inquieta y negativa. Ese día, por primera vez, se robó mi energía. Yo llegué desganada a casa.

Desde entonces, esa interacción se quedó en mi mente y cada vez que pensaba en ello, mi estómago se retorcía. Hasta que lo vi nuevamente. Ese día, algo más sucedió:

Yo había ido a apoyar a unos amigos que tocarían en un concierto alrededor de una zona montañosa y calma. Los primeros dos músicos me fascinaron e hicieron flotar todo de amor; pero cuando llegó Santos, quien era el último en presentarse, sentí como las nubes cambiaron de color y como el sol se ocultó, como si estuviese huyendo de algo.

La gente que estaba ahí, viendo el espectáculo, estaba extrañamente perpleja: todos hacían pocas muecas, estaban paralizados y más allá de estar en un trance, se veían como enfermos, como si fuesen a vomitar en algún momento.

Santos continuó ejecutando su instrumento con fervor y habilidad, y cada nota que tocaba pinchaba mis músculos. De pronto me sentí decaída y reposé la cabeza sobre una mesa, totalmente bajoneada. Había algo que me pedía con urgencia que me fuera de ahí. Capaz yo estaba exagerando, capaz era que él no me caía bien y tampoco simpatizaba con su música. Pero había algo en su energía y en sus ojos oscuros delineados de negro que me hacían sospechar de algún tipo de misterio que ocultaba sus canciones.

Faltando poco para terminar el show, Santos tocó su última canción: “Malus Animus”

El nombre me llamó la atención a primeras por contener una palabra con una connotación negativa: Malus. Y animus, me hacía pensar en anima que es alma.

Empezó a rasguear lentamente las cuerdas de su guitarra y se sentó en el piso. Cuando de pronto, volteó el instrumento y de su interior comenzaron a salir pequeños animales, un poco más grande que las hormigas. Eran insectos con un caparazón color rojo sangre y con patas punzantes afiladas como cuchillos. No recuerdo haber visto un animal así.

El cerró los ojos y la gente estaba asustada sin entender qué estaba ocurriendo. De pronto unió ambas palmas y comenzó a recitar en una voz que no parecía de él: sonaba mucho más gruesa y no estaba para nada familiarizada con su acostumbrado timbre desgarrador de poeta malherido.

Comenzó:
fuge, neve auferam lucem tuam,
fuge, neve auferam lucem tuam,
fuge, neve auferam lucem tuam.

Las mesas comenzaron a temblar poco a poco y por suerte, algunos lograron escapar a tiempo. Pero los que simpatizaron con él desde el inicio, quedaron atados a la superficie y no podían escapar. El miró a todos, me miró a mí y mostró una risa diabólica mientras los insectos comenzaron a moverse a través de las mesas.

De pronto comenzó a recitar:

Espíritu de la tormenta, voz quebrada de la oscuridad,
Dame la luz ajena, dame la nueva luz,
Dame el quejido de la transparencia,
Dame el quejido de ellos, para que el llanto y el dolor ilumine sus días.
Hazme rey de la luz y de la oscuridad.
Hazme dueño y amo de la luz ajena.
Permíteme entrar, déjame robar.
Te lo pido, en nombre de estos cuerpos destinados a la muerte del alma. Yo soy su alma. Malus animus.

De pronto, una niebla llena de polvo negro cubrió su ser y vi cómo esa misma niebla cubría el cuerpo de aquellos inocentes, quienes estaban siendo picados por esos insectos y no tenian escapatoria. La sangre brotaba de sus cuerpos, se oían quejidos y de fondo, la voz macabra de él, excitado por el dolor.

Yo salí corriendo, no sé cuál fue la fuerza espiritual que me acompañó, pero pude huir de las picaduras y de la niebla oscura. Ese día fue sumamente traumante para mí.

Al día siguiente, ya en casa, después de una noche terrorífica, en el televisor se hablaba de un concierto donde hubo una invasión de insectos desconocidos y de un ente músico misterioso que ocasionó el pavor. Santos desapareció, nadie sabe dónde está. Su ser desapareció como un milagro terrorífico entre el desastre, dejando lleno de sangre y temor el suelo de aquel lugar.

Sin embargo, no he dejado de soñar con él, rememorando la pesadilla. Ahora tengo miedo de ir a conciertos, tengo miedo de salir, y a duras penas, puedo dormir.

Santos, donde quiera que estés, espero que se haga justicia y que tu alma finalmente desaparezca.