Sara desconectada: Una patria en el corazón y una grieta en el pecho

in Ecency8 days ago

Sara, mi amiga, la de risa fácil y conversación sincera, se fue a Houston con los ojos llenos de sueños. Lo hizo como tantos otros: con la certeza de que allá, entre rascacielos y avenidas infinitas, la vida le daría lo que aquí le negaba. Trabajo estable, dinero, libertad. Se despidió con abrazos apretados y promesas de llamadas, convencida de que el cambio era lo único que necesitaba para sentirse completa.

Houston

Pero la realidad le jugó en contra.

Los primeros meses fueron de novedad: el bullicio de una ciudad que nunca duerme, los supermercados enormes donde podía encontrar de todo, la emoción de empezar de cero. Sara publicaba fotos sonriente frente al letrero de "Houston", en parques limpios y ordenados, en cafeterías con nombres en inglés que pronunciaba con orgullo. Por fuera, todo parecía encajar. Por dentro, algo se rompía.

Houston no la rechazó. No hubo puertas cerradas ni insultos. La herida fue más sutil: una lenta erosión del alma. Las conversaciones con sus nuevos compañeros de trabajo se limitaban al clima o a tareas pendientes. Intentó unirse a grupos, salir, forjar conexiones, pero siempre algo lo impedía: el idioma (aunque su inglés era decente, nunca logró expresar matices emocionales), la cultura (chistes que no entendía, referencias que le eran ajenas), la sensación constante de ser una invitada, nunca, parte de.

Silencio

Extrañaba lo que antes creía insignificante: las charlas de café con sus amigas, donde las pausas incómodas no existían; el olor de la comida de su mamá los domingos; hasta el caos de la isla, la mala vida que antes maldecía pero que ahora recordaba con nostalgia porque era su caos. En Houston, incluso el silencio, sonaba distinto.

Lo más cruel fue darse cuenta de que tenía lo que quería... y aun así sentirse vacía. Un buen salario, un apartamento limpio, seguridad. Todo eso que había anhelado ahora le sabía a poco, como si hubiera cambiado pedazos de su alma por comodidades materiales. "¿Por qué no soy feliz?", me preguntó en una llamada, su voz quebrada por la culpa. "Todo el mundo cree que lo estoy logrando".

La presión de fingir agravaba el dolor. En las redes sociales, seguía siendo la exitosa, la que se fue. Sus familiares le enviaban mensajes cada día: "Qué valiente eres", "Dios te bendice".

¿Cómo explicar que la valentía a veces huele a soledad? ¿Que las bendiciones pueden pesar como losas?

La migración no es solo un cambio de lugar; es un entierro de versiones propias. Sara lloraba por la persona que fue antes de irse: esa mujer segura, rodeada de afectos, que entendía las reglas no escritas de su mundo. Ahora se sentía como un fantasma, presente pero no vista, escuchada pero no comprendida.

Houston le dio oportunidades, pero le robó algo intangible: la pertenencia. Y eso, al final, duele.

¿Valió la pena?

Ahora Sara enfrenta la pregunta que atormenta a todo migrante: ¿Valió la pena? Regresar sería admitir una derrota (aunque ¿derrota ante quién?), quedarse significa seguir lidiando con una especie de niebla emocional. No hay respuestas fáciles, solo el día a día, los pequeños intentos de reconstruirse en un suelo que aún no siente como propio.

Guardo sus confesiones como secretos sagrados. Incluso he usado un seudónimo para hablar de ella en #hive. Su historia no es única, pero duele igual. Porque Houston, Nueva York, Madrid o Berlín están llenos de Saras: personas que llevan una patria en el corazón y una grieta en el pecho.

Maleta

Y al final, quizás la única verdad es esta: no hay maleta lo suficientemente grande para cargar con todo lo que dejamos atrás.

¿Te identificas con la historia de Sara? ¿Has sentido esa desconexión en un lugar nuevo?


✳️ © Texto de mi Autoría.

✳️ Imágenes referenciales de banco gratuito en Pixabay.

✳️ Crecemos juntos!!!

Sort:  

Te leí como si estuviese al lado de Sara, tienes ese don de la palabra para brindar textos sin igual.
Y ya que preguntas por nuestras experiencias, muchas veces me dieron ideas de quedarme en Francia o España, pero cuando se conocen las sociedades desde el corazón se piensa mejor.
Yo hice trabajos en Francia y mientras servía a los asistentes a una fiesta por las elecciones el Patrón un estomatólogo amante del arte y la cultura cubana, me hacía compañía. Su trato me hizo más grato ese día pero cuando te ves descolocada emocionalmente sientes que no serás feliz. Podía enviar dinero a la familia pero el orgullo intelectual se iba por el tratante.
Y cuando trataba de pronunciar una palabra para comunicarme en lo mínimo pues el francés es exquisito con su idioma, no hay espacio para otros.
Es así como cuenta Sara.

Un abrazo @marabuzal


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Es difícil no querer emigrar de Cuba. Sin embargo, en tu texto se refleja muy bien la vida a la que estarán expuestas la mayoría de los emigrantes. Creo que una pequeña solución será prepararse psicológicamente desde acá. No solo pretender que encontrará soluciones materiales a los problemas, sino que también enfrentarán ese gran vacío en el alma.

Emigrar trae consigo el desapego inevitablemente si es preciso no sufrir. La cuestión está en ser lo suficientemente valiente para lograrlo. Somos por naturaleza social seres apegados a algo o a alguien y eso lastra.
Su historia es la de muchos. Y sí, duele.
En mi caso, hubo una vez en que pude emigrar a España y a Venezuela. No lo hice porque, en esos instantes, en apenas segundos, transitó por mi cuerpo tanto dolor y temor, que no me atreví. Determiné regresar a la isla, primordialmente por el simple hecho de abrazar a mis hijos y que ellos sepan que acá estoy para que me abracen cuando deseen.
Quizás hice mal, no lo sé. Pero sí sé que duele.

Leí tu post y a mi mente vino un nombre, pero puede ser el de muchos.

La emigración es siempre un toma y daca, una especie de pacto con el diablo en que terminas sacrificando más de lo que pensabas y logrando otra cosa de lo que querías. Lo he visto en mis primos, que terminaron todos tomando caminos muy diferentes a los que en un momento determinado aspiraron a tomar.

Siempre se toma y siempre se da, sin que nunca estemos seguros de que sacrificamos y qué recibimos en realidad. Lo verdaderamente triste es que no siempre hay una alternativa real a la emigración.