Nuestra mente suele hacernos juegos pesados, éstos que en ocasiones nos hacen sentir en un callejón sin salida, o en los que inconscientemente redimensionamos las situaciones de manera tal, que las vemos más grandes y más feas de lo que realmente son. En este contexto comenzamos a construir mentalmente todo un gran escenario en el que la tristeza, la agonía y el sufrimiento son los protagonistas de la historia y, a veces, esos pensamientos se hacen tan reales que nos introducimos en un mundo agónico del cual nos cuesta salir. Y es que, permítanme decirles, el peor sufrimiento es aquel del cual poco hablamos, el que vivimos internamente y del que sólo nos libraremos si ponemos de nuestra parte.

Hay algo que debemos tener en consideración, y es que, en nuestro mundo no existe ni una sola persona que no haya sufrido, la diferencia entre el sufrimiento que vive una u otra va a estar en el lugar que ésta le conceda, la importancia que le de cada uno y el significado que le otorgue. Es decir, dos personas podrían estar pasando por el mismo sufrimiento en este mismo instante, sin embargo; una de las dos podría decidir seguir con él y llevarlo a vivir con ella, o por el contrario decidir vivirlo, para luego dejarlo en una parte de la historia de su vida como un aprendizaje, tomando en cuenta que todo ello sirvió como una lección para crecer.

El miedo, la ira, el sufrimiento forman parte de la vida pero no deberían ser la parte principal. Son emociones que, por más que queramos no podemos evitar porque a veces hasta nos asaltan sin previo aviso en situaciones de la cotidianidad. Muchas veces escuché decir, _¡No tengas miedo!, ¡Deja la rabia! o ¡Para de sufrir!_ como si de alguna manera las personas estuvieran buscando estar dentro de una situación que provoque esas emociones o que éstos fuesen estados por los que, "las buenas personas no transitan".

Cada una de las emociones que sentimos, incluyendo el sufrimiento, son producto de alguna situación o una vivencia cuyo proceso nos causó mucho dolor y que, por tal motivo, merece nuestra atención; pero no para que al recordarla revivamos el dolor, sino para que al tener clara la razón podamos buscarle una solución y así poder sanar y seguir adelante.

Si decidimos ver lo que nos sucede, luzca bueno o no, como una oportunidad para crecer y que al hacerlo, lo hagamos con bases y raíces fuertes, necesitamos ir al momento y al espacio en el cual fuimos vulnerables ante esa vivencia dolorosa. Si fue algo que tuvo lugar en el pasado y por lo que, irremediablemente no podemos hacer nada, necesitamos trabajar nuestro interior para poder verlo como algo que quedó en el pasado y que, al menos que tengamos una máquina del tiempo, no podemos cambiar.

Si bien es cierto que la vida dura dos minutos, y que en tan corto tiempo no debería haber sufrimiento en ella, también es cierto que infortunadamente, como seres humanos de alguna manera u otra siempre nos lo vamos a encontrar y nos va a afectar, pero sólo nosotros tenemos la capacidad de restarle poder a su impacto en nuestras vidas.