Padre e hijo [Esp - Eng]

Una mañana de julio, no una cualquiera, una en que se celebraba un aniversario más de la independencia de Colombia y quien sabe que tantas cosas más, un joven de unos treinta y tantos años saltaba en una pata. Había nacido su primogénito. El amor, la alegría, las ganas de llorar lo embargaban y lo hacían gritar las gracias al universo.

Comenzaba en ese momento una relación de padre e hijo que parecía no entorpecerla absolutamente nadie. Las fotografías salieron por doquier, la cámara fotográfica recién comprada y de última tecnología para la época hacía su trabajo. A esto se le sumaba los conocimientos que tenía la madre por ser una profesional de la fotografía con vasta experiencia. El niño se transformó en el modelo de los jóvenes padres.

El chico era energía pura, no paraba, aun sin saber caminar, se movía de un lado a otro, no se le podía dejar solo al niño porque era un peligro. Eso hacía que el padre se sintiera orgulloso, siempre decía que era idéntico a él.

El padre orgullo llevaba a su hijo para todos lados, se esmeraba para que todos lo conocieran y siempre estaba la frase de que eran dos gotas de agua. El niño siguió creciendo y brotó su personalidad como bien debería ser.

El padre observando a su hijo se dio cuenta de que su hijo si era muy parecido, pero su comportamiento estaba cambiando de ser un niño de mucha movilidad, de mucha energía a ser un niño apagado, no lloraba y prácticamente parecía una piedra al dejarlo en la cuna. Esto preocupó y el niño fue llevado al pediatra.

En la consulta con el pediatra, los padres se enteraron de que su hijo estaba en perfectas condiciones, que no se veía nada malo y que tal vez era posible que fuese un niño reservado o con características de timidez.

Eso fue fatal para el padre, él quería que su hijo tuviera la misma intensidad que él, que fuera extrovertido, amigo de todos, muy pilas para las relaciones. Eso de niño introvertido no le gustaba.

Como sea, al padre no le quedó de otra que aceptar, pero en el fondo pensaba que en la medida que pasara el tiempo el niño mejoraría y él ayudaría para eso.

El chico no cambió, al chico no le gustaba estar en grupos de ninguna clase, se sumergía en sus juegos individuales y se negaba estar ante varias personas que no fuera su entorno familiar.

Algo que notaba el padre era que al chico le gustaban los juegos que tenía que ver con médicos y los programas de TV que estuvieran relacionados con la medicina.

Entonces, le preguntaba al niño que quería ser cuando grande y el chico respondía, quiero ser médico.

La primera vez que el padre escucho eso, salto de alegría como si el niño hubiese nacido otra vez. En la familia abundaban los profesionales de la medicina y un hijo sería el premio mayor.

El padre asumió que el chico se mantendría su actitud reservada, pero eso ya no le preocupaba porque la meta era que ese niño se transformara en un excelente y conocido profesional de la medicina.

Llegó la adolescencia y el joven seguía igual, no quería nada con grupos, fiestas, reuniones familiares. Se enfrascaba en sus libros, estudios y el padre algo incómodo, pero feliz porque el objetivo valía la pena.

Hasta que el chico se graduó de bachiller.

El papá había hecho los mil y un contactos para que el hijo entrara en la mejor universidad del país con la facultad de medicina que mejores médicos habían egresado.

El día en que el padre le comenta a la madre que ya tenía todo listo para que el hijo estudiara medicina, apareció el chico expresando una devastadora noticia; ya no quería estudiar medicina.

En ese momento el padre sintió que el techo de la casa le había caído encima, que un tsunami lo había revolcado y que moriría por falta de aire.

En ese momento se inició una conversación que, en la medida que pasaban los minutos, se tornaba más agresiva verbalmente por parte del padre y terminó cuando el padre salió de la casa tras un fuerte portazo.

El cambio se hizo presente, ya el hijo no era la prioridad, el amor del padre se dirigió hacia los otros hijos y el primogénito fue descendido del pedestal.

El joven sintió un alivio, ya no era el protagonista de las historias del padre, ya su vida era con menos estrés y podía dedicarse a lo que le gustaba sin tener la sombra del padre.

Un año paso y este par no cruzaron miradas, ni palabras. Hasta que un día la madre se puso el apellido andino atravesado y los llamó.

La madre se encargó de recordarles que eran la misma sangre, que eran familia y que la familia no podía mantenerse distante aun cuando las diferencias de opinión estuvieran presentes. Le indicó al padre que el chico, tenía personalidad propia, podía tomar decisiones y que lo mejor era guiarlo, apoyarlo y no estar a la ofensiva. Al hijo se le dijo que tenía que salir de esa burbuja en que estaba, que debía hacer un esfuerzo, porque la sociedad era agresiva con quienes no se adaptaban.

Ambos se abrazaron y lloraron. El padre aceptó a su hijo y el chico a su padre.

A partir de ese momento la relación de padre e hijo fue extraordinaria. El padre estuvo orgulloso cuando el hijo se graduó de ingeniero y obtuvo buen empleo con espléndido ingreso. Se había dado lo que quiera el padre, el éxito de su hijo.

Este par se hicieron los mejores amigos, eran inseparable, hacían una combinación perfecta a pesar de sus muy bien resaltadas diferencias en su forma de ser. El padre se adaptó a su hijo y el hijo hizo lo suyo.

El amor estuvo por encima de cualquier diferencia y el hijo siempre expresaba que tenía el mejor papá del mundo.

Muchas veces me toco viajar y estar alejado de mi padre, pero las llamadas telefónicas y muchas cartas nos mantenían muy unidos.

Papá falleció hace muchos años, pero sus palabras están en mí, su recuerdo vive en mí, él vive en mí y también en mis hijos. Lamentablemente, nunca supo sobre mi condición y que esta era la causa de mi comportamiento. Para la época se sabía muy poco, casi nada, sobre el Asperger.

En la última carta que le dirigí, a pesar de que ya estaba fallecido, fue cuando le participé que sería bisabuelo de una hermosa princesita.

Yo no acepto a mi padre. Yo amo a mi padre, un ser maravilloso lleno de luz que supo enseñarnos con amor el camino correcto .

Todo ser que conoció a mi padre ha expresado lo buen ser humano que fue y eso me hace estar muy orgulloso.

One morning in July, not just any morning, one that celebrated another anniversary of Colombia's independence and who knows what else, a young man in his thirties jumped up and down on one leg. His firstborn had been born. Love, joy, and the desire to cry overwhelmed him and made him shout thanks to the universe.

At that moment, a father-son relationship began that seemed to be unhindered by absolutely no one. Photographs came out everywhere, the recently purchased camera, the latest technology for the time, was doing its job. Added to this was the mother's knowledge as a professional photographer with vast experience. The child became a role model for the young parents.

The boy was pure energy, he did not stop, even without knowing how to walk, he moved from one side to the other, and the child could not be left alone because he was a danger. That made the father proud, he always said that he was identical to him.

The father proudly took his son everywhere, he took great pains to make sure everyone knew him and there was always the phrase that they were two peas in a pod. The child continued to grow and his personality sprouted as it should.

The father, observing his son, realized that his son was very similar, but his behavior was changing from being a very mobile, energetic child to being a dull child, he did not cry and practically looked like a stone when left in the crib. This caused concern and the child was taken to the pediatrician.

At the consultation with the pediatrician, the parents learned that their son was in perfect condition, that nothing was wrong, and that it was possible that he was a reserved child or had shy characteristics.

That was fatal for the father, he wanted his son to have the same intensity as him, to be extroverted, a friend to everyone, and very good at relationships. He didn't like that introverted child.

Anyway, the father had no choice but to accept, but deep down he thought that as time went by the child would get better and he would help with that.

The boy did not change, the boy did not like to be in groups of any kind, he immersed himself in his individual games and refused to be in front of several people other than his familiar surroundings.

One thing the father noticed was that the boy liked games that had to do with doctors and TV shows that were related to medicine.

So, I would ask the boy what he wanted to be when he grew up and the boy would answer, I want to be a doctor.

The first time the father heard that, he jumped for joy as if the child had been born again. The family abounded with medical professionals and a son would be the biggest prize.

The father assumed that the boy would keep his reserved attitude, but that no longer worried him because the goal was for this child to become an excellent and well-known medical professional.

Adolescence came and the young man remained the same, he wanted nothing to do with groups, parties, or family gatherings. He was engrossed in his books, and studies, and his father was somewhat uncomfortable, but happy because the goal was worth it.

Until the boy graduated from high school.

The father had made a thousand and one contacts to get his son into the best university in the country with the medical school that had the best doctors in the country.

The day the father told the mother that he had everything ready for his son to study medicine, the boy appeared with devastating news; he no longer wanted to study medicine.

At that moment the father felt that the roof of the house had fallen on him, that a tsunami had rolled over him, and that he would die from lack of air.

At that moment, a conversation began which, as the minutes passed, became more verbally aggressive on the part of the father and ended when the father left the house after a loud slamming of the door.

The change was present, the son was no longer the priority, the father's love was directed towards the other sons and the firstborn was lowered from the pedestal.

The young man felt a sense of relief, he was no longer the protagonist of his father's stories, his life was less stressful and he could devote himself to what he liked without the shadow of his father.

A year went by and this pair did not exchange glances or words. Until one day the mother put her Andean surname across and called them.

The mother reminded them that they were the same blood, that they were family, and that the family could not remain distant even when differences of opinion were present. She pointed out to the father that the boy had his own personality, could make decisions, and that the best thing to do was to guide him, support him, and not be on the offensive. The son was told that he had to get out of the bubble he was in and that he had to make an effort because society was aggressive with those who did not adapt.

Both embraced and cried. The father accepted his son and the boy accepted his father.

From that moment on, the relationship between father and son was extraordinary. The father was proud when the son graduated as an engineer and got a good job with a splendid income. The father had been given what he wanted, the success of his son.

This pair became the best of friends, they were inseparable, and they made a perfect match despite their very distinct differences in their way of being. The father adapted to his son and the son did his own thing.

Love was above any differences and the son always expressed that he had the best dad in the world.

Many times I had to travel and be away from my father, but phone calls and many letters kept us very close.

Dad passed away many years ago, but his words are in me, his memory lives in me, and he lives in me and also in my children. Sadly, he never knew about my condition and that it was the cause of my behavior. At that time very little, almost nothing was known about Asperger's.

The last letter I wrote to him, even though he was already deceased, was when I told him that he would be the great-grandfather of a beautiful little princess.

I do not accept my father. I love my father, a wonderful being full of light who knew how to teach us with love the right path.

Everyone who knew my father has expressed what a good human being he was and that makes me very proud.