El protagonista de la película
Desde hace rato Rogelio está frente al televisor. Su figura estática es una muestra de la inmovilidad del tiempo. Con una cerveza en la mano, mira una película romántica en la que el protagonista le ha declarado su amor a una muchacha. Rogelio se burla de la actuación del muchacho que es despreciado por la chica y se queda en mitad de la escena con unas flores en las manos y la cara baja:
_¿Eres un estúpido, cómo vas a decir eso, hombre? –grita Rogelio al muchacho como si éste pudiera oírle y luego se toma un trago de la cerveza que poco a poco se vuelve tibia en su mano derecha. Se rasca la barriga prominente, se limpia los bigotes húmedos de alcohol y eructa, después continúa viendo el programa:
_Si yo estuviera en esa película, lo haría mejor que ese mequetrefe. -afirma Rogelio en voz alta, muy convencido- Yo siempre he sido un gran actor –completa y apura el poco líquido que queda en la botella.
Mientras trabajaba, hacía pocos meses atrás como taxista, Rogelio no era diferente: también allí, mientras estaba detrás del volante y miraba por el espejo retrovisor, le contaba a sus clientes:
_En otra época yo fui un gran actor. Actué en miles de películas y gané mucho dinero. Mis películas fueron muy taquilleras –comentaba Rogelio con una voz jactanciosa y un tono presumido- Si hay alguien que sabe cómo actuar, ese soy yo –afirmaba Rogelio con tal convicción que el cliente no dudaba en preguntar:
_¿Y cómo terminaste siendo un taxista?
_Amigo, fui traicionado por mi mánager. Él me quitó toda la fortuna. Pero las estrellas como yo no creemos en derrotas, si no en caídas. De esta yo me levanto, en cualquier momento. Este trabajo de taxista lo tengo para pasar el tiempo, como un hobbie –afirmaba Rogelio y los clientes, que miraban el auto, la ropa del hombre que hablaba, su petulancia, inferían que detrás de aquellas palabras había mucho de engaño, de sueño, de mito.
Otras veces, Rogelio hablaba de los premios que obtuvo en su carrera:
_Varias veces fui nominado al Óscar –presumía Rogelio mirando por el espejo retrovisor a su cliente- Pero nunca asistí porque la academia está comprada por una élite de estafadores –agregaba y al darse cuenta que el cliente miraba su cuerpo ancho, flojo, desgarbado, añadía –Claro, este trabajo no me deja tiempo para ponerme en forma nuevamente. Pero yo era todo un galán de novela.
Rogelio era así: cuando no se vanagloriaba de sus virtudes como actor, se jactaba de los premios que obtuvo, de los viajes que hizo y hasta de cómo con sus personajes, conquistaba mujeres:
_Yo tuve muchas conquistas, muchas mujeres se pelearon por mi amor –alardeaba Rogelio si entre sus clientes se hallaba una mujer hermosa. Luego, con voz picarona, sonreía y decía- Claro, es que yo soy un hombre que le encanta consentir a una mujer con regalos y detalles.
Tal vez esto último fue lo que le trajo problemas con la empresa de taxis y decidieron prescindir de los servicios de Rogelio:
_Lo lamentamos, Rogelio, pero debes entregarnos las llaves del taxi. Los clientes se han quejado mucho de tus conversaciones: nadie quiere saber de tu pasado como actor secundario –le confesó el gerente, quien había sido compañero de escuela de Rogelio.
Entonces, Rogelio pregonó la ineficiencia de su excompañero como como gerente:
_Es más, chico, si yo quiero, te quito este empleo, porque tú sí no sabes tratar a la gente. ¿Y sabes qué? Tú no me botas, yo renuncio. Este trabajo no está a la altura de todo mi potencial y tampoco esa gente que usa transporte, que no tiene carro propio, sabe apreciar una conversación productiva, llena de conocimiento como la que yo ofrezco. Todos ustedes, especialmente tú, son unos envidiosos de mi talento –dictaminó Rogelio y cerró la puerta de un solo golpe.
Ahora, frente al televisor, Rogelio apura su tercera cerveza mientras critica cada personaje que ve y se aburre del inferior desempeño de los actores:
_¡Qué patético es ese actor! –menosprecia Rogelio las acciones que ve en la pantalla del televisor- En cambio cuando yo era un artista, recibí tan buena crítica, tantos premios -suspira Rogelio y en su cabeza se hace un enredo entre las cosas que fue y las que se imagina: las dos líneas son dos cables de alta tensión que cruzan y van por encima de su cabeza.
La película termina y Rogelio permanece en la silla, inmóvil, atento, observando los créditos, esperando tal vez que al final de aquellos numerosos nombres, aparezca el suyo, como si él fuera el galán de la película que estaba viendo.