Yin y Yang
Después de varios divorcios, Rómulo había decidido permanecer soltero. A su edad, 65 años, quería vivir tranquilo y lejos de los dilemas que acarreaba vivir en pareja:
_¡Deberías buscarte una mujer! - le había aconsejado su amigo Oto-. A nuestra edad necesitamos una compañera que esté con nosotros: si te enfermas o te da algo, quién cuidará de ti.
_No, gracias. Ya he tenido suficiente. Estoy tranquilo como estoy: salgo cuando quiero, me gasto mi dinero y nadie me dice qué debo hacer. Además soy un hombre saludable - afirmó Rómulo con aire de libertad e independencia.
Pero como la vida da muchas vueltas y el pez muere por la boca, cuando Rómulo conoció a Rosa sintió que su corazón volvía a palpitar como palpita un corazón enamorado, de manera desbocada, y tuvo que tragarse sus palabras:
_Oto, quiero proponerle a Rosa que se vaya a vivir conmigo - le confesó Rómulo a su amigo una tarde.
_Hazlo. No hay nada que te detenga - le aseguró Oto.
_Algo me detiene. Rosa tiene dos gatos y tú sabes como soy yo con los gatos. El miedo que le tengo a esos animales es de otro mundo - aseguró Rómulo sintiendo un estremecimiento en el cuerpo al recordar a los dos felinos.
_Caramba, amigo, que no sean dos gatos el obstáculo para formalizar la relación. Cuéntale a Rosa tu fobia y busquen una solución: tal vez puedan regalarlos - resolvió Oto.
_No creo. Esos gatos son como unos hijos para Rosa y realmente me da mucha pena hablarle de mi miedo. - dudó Rómulo consciente de que el miedo a los gatos, tal vez, no era cosa de hombre y Rosa podría verlo como un hombre débil.
Sin embargo, pudo más el amor que el miedo, y Rómulo dejó que Rosa se mudará a su casa con sus ropas, sus costumbres y con aquellos dos gatos, uno blanco y uno negro, Yin y Yang, que inmediatamente se adueñaron de los espacios.
Al principio, Rómulo intentó no toparse con los gatos, sobre todo cuando se encontraba solo, pero inmediatamente se dio cuenta que era imposible evadir a aquellas dos criaturas que parecían sombras silenciosas que se multiplicaban en todos los espacios: en el baño, la sala, la cocina y hasta en la habitación, donde Rosa los dejaba entrar sin ninguna restricción:
_Déjalos, Rómulo, deben sentirse solos allá afuera y por eso quieren estar con mamá -decía Rosa y abrazaba a los gatos mientras estos maullaban como si fueran niños recién nacidos.
No sólo era la presencia de los gatos, también era la sospecha que tenía Rómulo de que aquellos animales habían olido su miedo:
_Me persiguen a todas partes y me miran de manera amenazante, fijamente, como si quisieran decirme algo - afirmó Rómulo a Oto, una tarde mientras bebían cervezas.
_Son exageraciones tuyas. Y si fuera verdad, qué podrían hacerte dos gatos. - preguntó Oto a su amigo, dejándole claro que sólo eran elucubraciones, imaginación loca, miedo infantil.
Pero todo se pondría peor. Un día Rosa llegó con la noticia de que debía ir a visitar a su madre y estaría por fuera dos días:
_Yin y Yang se quedan contigo - decidió Rosa y aunque Rómulo intentó convencerla de que se los llevara, la chica se fue dejando a los felinos con el hombre.
La primera noche, Rómulo dejó a los gatos fuera de la habitación, pero los animales no dejaron de pasar sus garras por la puerta de madera y maullar como el llanto de un niño:
_Mamauuuuu, mamauuuu
A la mañana, cuando Rómulo salió de la habitación, los gatos habían hecho destrozos en la casa y los dos, estaban echados en la mesa del comedor. Rómulo no se atrevió a ir a la cocina y salió rápido, cerrando con llave la casa, temiendo que los gatos fueran tras de él.
Afuera, pospuso la vuelta a casa, pensar en encontrarse con aquellos gatos, le resultaba aterrador. Pero la noche llegó y no tuvo más remedio que volver. Al abrir la casa, sintió el olor fuerte de los gatos. A simple vista no los vio, por lo que intentó correr a su habitación para encerrarse. Pero de la nada salieron los gatos y se pusieron frente a la puerta, de manera retadora y de frente. Rómulo sintió que la sangre se le escapaba del cuerpo y un frío sudor apareció en su frente. Intentó espantarlos, pero los gatos permanecieron inmóviles enseñándole los colmillos. Llenándose de valor, intentó abrir la puerta y uno de los gatos maulló fuertemente y el otro saltó hacia Rómulo, que asustado pegó un alarido.
_Gatos del demonio - gritó y sintió un dolor indescriptible en el pecho. Se apretó fuerte y cayó de rodilla. La boca la sentía seca y nublada la vista. Rómulo no supo cuándo cayó completamente al piso, con los ojos abiertos y la boca temblorosa. Sólo vio cuando Yin y Yang se acercaban a él con sus garras que parecía cuchillos afilados y su respiración se detenía ante aquellas dos bestias blanca y negra que lloraban como niños:
_Mamauuuuu, Mamauuuuu..