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«Cada ser es un himno destruido».
«Each being is a destroyed hymn».
— Emil Cioran
E S P A Ñ O L
MANOS FRÍAS
Debo confesar en primer lugar, antes de que cualquier duda se manifieste como una lumbrera, que mi esposa; Minerva, está muerta. Carece de emociones que alguna vez la manipularon en vida y de vitaminas que relucían su anteriormente hermosa piel. Ya no es un ser de la tierra, ahora solo es una sombra abstracta de lo que fue. Ya no despide alientos de su boca, solo nefastos alaridos de un recuerdo vivo y agonizante. Ya no es la alegría ferviente de estar vivo, ahora es un vástago; áspero y sirviente de todo lo funesto de este mundo.
Yo fui maldecido por las crueles y castigadoras palabras de un heraldo, que veía desde su cómoda estancia como engañaba a Minerva. Abatida por la agonía de la perfidia, mi esposa decidió quitarse la vida, pero antes de morir invocó fuerzas sobrenaturales que fueron a ella y revivieron su corazón magullado.
El mensajero me desveló que viviría con ella hasta que la muerte lo decidiera, y como marido y mujer, debíamos permanecer juntos. La infelicidad no se podía disimular en mi rostro, pues alegre estaba de que Minerva tomara la decisión de dejar este mundo; pero el destino me hizo la jugarreta, y debo confesar que jamás aprenderé esta lección.
Sin embargo, aunque detestaba con todas mis fuerzas este despojo cadavérico que fue mi esposa, cuidé de ella, pues ojos furiosos tanto infernales como celestiales me observaban, para que llevara mi condena con el peor de los disgustos. Cepillaba por las mañanas el áspero cabello gris de Minera, intentaba darle otro aire y que se viera más hermosa. Luego le daba de comer, pero mis intentos fueron en vano, pues su putrefacto cuerpo rechazaba todo lo bueno que intentaba hacerle.
Tenía que seguir el plan, pues necesitaba deshacerme de su presencia antes de que llegaran las festividades navideñas, que es cuando mis hermanos vienen a visitarme y seguro me hablaran de historias ridículas de mis sobrinos, o de alguna situación en sus trabajos o en su hogar. No podría soportar tanto murmullo insidioso, detestaba la compañía prolongada y con Minerva ya era demasiado.
Intenté fingir ser un buen esposo, pero casi todos mis esfuerzos eran triviales, excepto uno: a Minerva le encantaba que le contara historias de un libro de antologías que encontré en nuestra librería. Eso hacía que la fisonomía fenecida y pútrida de su rostro adquiriera algunos vestigios de vida. Me miraba fijamente, intentaba con esfuerzo decir unas palabras y luego trataba de mover sus manos.
Seguí con el mismo plan y comencé a contarle más historias, compré más libros, ya sean de ficción o no, necesitaba ver si esta actividad podía despojarla de este delgado limbo en el que estaba sometida y así su alma descansar en paz. Pero pasaron los días y solo pude obtener ínfimos resultados, aunque las habilidades motoras de su cuerpo estaban un poco más desenvueltas, su habla y las expresiones de su rostro todavía eran muy ambiguas y por lo tanto indescriptibles.
Aun así, decidí continuar con la idea, pero una noche, mientras dormía, todo finalmente terminó. Quedé hundido en una pesadilla de la que jamás me libré, encadenado por terrores nocturnos que suspendían las movilidades de mi cuerpo. Mientras, deslizándose como un espectro, Minerva entró en la habitación y aprovechó mi padecimiento para cubrir mi cuello con sus manos. Apretó tan fuerte que cortó el aire y yo rápidamente sentía que me sumergía en el ahogamiento.
Esa noche morí. Los dioses de la muerte no tuvieron compasión conmigo y me condenaron a sentir para siempre, en un limbo imperecedero de zozobra, las manos frías de mi esposa muerta.
FIN
E N G L I S H
COLD HANDS
I must first confess, before any doubt manifests itself as a luminary, that my wife; Minerva, is dead. She lacks the emotions that once manipulated her in life and the vitamins that glistened her formerly beautiful skin. No longer a being of the earth, she is now only an abstract shadow of her former self. She no longer breathes breath from her mouth, only the dire screams of a living, dying memory. It is no longer the fervent joy of being alive, now it is an offspring; rough and servant of all that is dismal in this world.
I was cursed by the cruel and chastening words of a herald, who watched from his comfortable stay as he deceived Minerva. Overwhelmed by the agony of perfidy, my wife decided to take her own life, but before dying she invoked supernatural forces that went to her and revived her bruised heart.
The messenger revealed to me that I would live with her until death decided, and as husband and wife, we were to remain together. The unhappiness could not be concealed on my face, for I was glad that Minerva had made up her mind to leave this world; but fate played me the trick, and I must confess that I shall never learn this lesson.
Nevertheless, though I detested with all my might this cadaverous offal that was my wife, I took care of her, for angry eyes both infernal and celestial watched me, that I might bear my doom with the worst of displeasure. I brushed Minera's coarse gray hair in the mornings, trying to give her a new look and make her more beautiful. Then I would feed her, but my attempts were in vain, for her rotting body rejected everything good I tried to do her.
I had to follow the plan, as I needed to get rid of her presence before the Christmas holidays arrived, which is when my brothers come to visit me and they would surely talk to me about ridiculous stories about my nephews, or about some situation at their jobs or at home. I couldn't stand so much insidious whispering, I hated prolonged company and with Minerva it was already too much.
I tried to pretend to be a good husband, but almost all my efforts were trivial, except one: Minerva loved it when I told her stories from an anthology book I found in our bookstore. That made the faded, putrid physiognomy of her face take on some vestiges of life. He stared at me, tried with effort to say a few words and then tried to move his hands.
I continued with the same plan and began to tell her more stories, I bought more books, fiction and non-fiction, I needed to see if this activity could strip her of this thin limbo in which she was subjected and so her soul could rest in peace. But days went by and I could only get very little results, although her body's motor skills were a little more developed, her speech and facial expressions were still very ambiguous and therefore indescribable.
Still, I decided to continue with the idea, but one night, while I was sleeping, it all finally ended. I was plunged into a nightmare from which I never freed myself, chained by night terrors that suspended the mobilities of my body. Meanwhile, gliding like a specter, Minerva entered the room and took advantage of my suffering to cover my neck with her hands. She squeezed so hard that she cut off the air and I quickly felt myself plunging into drowning.
That night I died. The gods of death had no compassion for me and condemned me to feel forever, in an imperishable limbo of anxiety, the cold hands of my dead wife.
THE END
Written by @universoperdido. 15 de Febrero del 2022
Escrito por @universoperdido. February 15, 2022
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