En menos de una semana-experiencias

in Humanitas11 hours ago


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¿Quién iba a decirnos que nuestra misión evangelizadora nos llevaría a conocer una historia tan cruda y conmovedora? Un abuelito, invidente y con la mente un poco perdida, viviendo solo y siendo cuidado por una vecina que, a pesar de sus propios problemas de salud, le brindaba todo su cariño.

La verdad es que me dejó pensando mucho. ¿Cómo es posible que una persona llegue a tal punto de abandono? ¿Qué pasó con sus hijos? ¿Y con sus otros familiares? Preguntas sin respuesta que nos llevan a un laberinto de juicios y emociones encontradas.
Nos contaron que el señor había sido todo un fiestero en su juventud, que se había alejado de sus hijos y que ahora estaba cosechando lo que había sembrado. Pero, ¿es justo juzgarlo así? ¿Acaso no todos cometemos errores en la vida?

Por un lado, me da mucha tristeza pensar en la soledad y el sufrimiento de este hombre. Pero, por otro, también me pregunto si merece nuestra compasión. ¿Podemos perdonar a alguien que nos ha hecho daño? Pero, ¿Y si ese alguien ya no recuerda habernos hecho daño? ¿Quién somos para juzgar, para señalar? Si me preguntan, simplemente respondería: MISERICORDIA Y PERDON. Pues, decido creer en el poder sanador de Dios y espero que en su infinita misericordia se le perdonen esos pecados cometidos para llegar a esa situación. Mientras tanto nosotros seremos esos pies, manos, esos ojos que lo acompañen en este momento tan difícil.

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Esta historia me hizo reflexionar sobre el valor de la familia. La familia no solo es la que nos tocó por sangre, sino también la que elegimos. A veces, los amigos y vecinos se convierten en nuestra verdadera familia, es ese núcleo de apoyo incondicional que nos sostiene en los momentos más difíciles. La ayuda cuando más la necesitas puede venir del lugar menos esperado, demostrándose que los lazos familiares se construyen con actos de amor, respeto y solidaridad, más allá de cualquier vínculo sanguíneo.

En esta misma semana también me enteré de una historia similar, una señora que fue abandonada por su padre cuando era pequeña. Años después, él regresó a su vida, ahora frágil, anciano y enfermo. Y ella, a pesar de todo el dolor que le había causado, lo acogió en su casa y lo cuidó hasta el final de sus días.

La decisión de esta señora de perdonar a su padre fue admirable. Me hizo dar cuenta de que el perdón no solo libera a la otra persona, sino también a nosotros mismos. Mucho que aprender, ¿no?

Al final del día, la vida es como plantar una semilla. Si sembramos odio y resentimiento, cosecharemos más de lo mismo. Pero si sembramos amor y perdón, cosecharemos un jardín lleno de paz y felicidad.

La vida, a menudo, funciona como un boomerang. Lo que sembramos, cosechamos. Si regamos nuestra vida con actos de bondad, compasión y amor, es probable que veamos florecer un jardín de felicidad y armonía a nuestro alrededor. Pero si, por el contrario, llenamos nuestro mundo de negatividad, resentimiento y envidia, es muy probable que cosechemos tempestades. Es como una ecuación simple: si sumas amor, obtendrás más amor; si restas, obtendrás menos. Y así, la vida nos devuelve, con intereses, todo lo que invertimos en ella.

En un mundo cada vez más individualista, es importante recordar que todos necesitamos de los demás. Ayudar a los demás no solo nos hace sentir bien, sino que también fortalece nuestros vínculos con la comunidad.

Estas experiencias me han enseñado que la vida es un viaje lleno de altibajos, de alegrías y tristezas, de encuentros y desencuentros. Y que, a pesar de todo, siempre hay una oportunidad para cambiar y para empezar de nuevo.


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