El Dani siempre fue cabeza dura. Cuando se le metía algo en la cabeza, no había forma de hacerlo cambiar de opinión. Y ahora estaba encaprichado con ir a Venezuela. No importaba que los noticieros estuvieran sacudiendo el país con la noticia del argentino detenido allá, acusado de andar en cosas turbias.
No, a Dani esas cosas no lo asustaban. “Yo quiero ver las playas de La Guaira, comerme una arepa de reina pepiada en un puesto callejero y entender de primera mano cómo está la cosa”, decía cada vez que alguien le decía ¿Pero vos estás seguro, hermano?
En la mesa del bar, con un café negro y un churro a medio comer, Leo lo miraba como si estuviera tratando de resolver una ecuación sin sentido.
—Mirá, Dani —arrancó con tono paciente—, vos tenés un imán para los quilombos. Si hay un país que está complicado, ahí vas vos. Pero esta vez, ¿no estarás jugando demasiado al héroe?
Dani se rió con ganas, como si estuviera viendo una película de acción y no hablando de su propio destino.
—Héroe nada, hermano. Es que en Argentina todo el mundo opina sin haber estado ahí. Yo quiero ver con mis propios ojos cómo es la cosa. No me quedo con los titulares, quiero hablar con la gente, recorrer Caracas como se recorre el conurbano: con respeto y con los ojos bien abiertos.
Leo suspiró, sabiendo que ya había perdido la batalla. Dani no necesitaba permiso, solo una chance de demostrar que su decisión tenía lógica.
Dos semanas después, lo despidieron en Ezeiza con abrazos y chistes nerviosos.
—Si te meten preso, avisá, así armamos un hashtag —bromeó Santi, tratando de ponerle algo de humor a la despedida.
Dani subió al avión con la certeza de que, más allá de lo que se decía en los medios, él iba a encontrar su propia versión de la historia. Porque, al final del día, siempre fue de los que preferían vivirla a que se la cuenten.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.
Que barbaridad , que te puedo decir que ya no sepas. Se enteran más rápido por allá y aquí no se puede hablar del tema. Un abrazo.