Luego de un primer intento fallido -gracias a las lluvias, por fin nos fuimos a la playa.

Creo haber heredado de mi papá la mala maña de que así vaya por unas horas, termino metiendo toda la casa en el equipaje. Junto con mi novio organizamos toda la comida que llevaríamos. Terminamos preparando unos shawarmas repotenciados, rellenos de: crema de berenjenas ahumadas, aguacate, chorizo y pollo, cebolla, lechuga, tomate; sándwiches, galletas de vainilla con arequipe, jugo de durazno y no cuento más, porque sería descortés de mi parte aguarte la boca sin siquiera poder darte un poco.

La ruta para llegar hasta Cuyagua es bastante sencilla: Maracay > Parque Nacional Henry Pittier.

En enero había ido para Cata y sabía que las curvas del Henry Pittier son bastantes y en ocasiones, pueden producir mareos. Ahí estaba en el carro con @Lenindrummer10, Isnardi, Andreína y la señora Erika. Ellos bochinchando porque lo llevan en la genética, imitando acentos y haciendo bromas sobre algunos estereotipos clásicos de Caracas.

Vomité dos veces y solo quería quedarme en medio de la montaña, pero créanme que la imagen mental del agüita clara, pudo más que mis náuseas. El primer día no entré siquiera al agua, mi malestar fue terrible y, pensándolo en retrospectiva, me arrepiento muchísimo de no haber siquiera mojado los pies.

El ambiente que hay en Cuyagua es increíblemente acogedor. Antes de llegar a la playa pasas por el río que en su orilla tiene muchísimos árboles de mango. No puedes imaginar la infinidad de mangos que habían en el piso y con ello, muchas familias recogiéndolos.

Fueron dos horas, aproximadamente, de Maracay hasta Cuyagua. Y ahí estaba esa inmensa playa abarrotada de cocoteros y abrazada por la espuma. Lo que primero me impresionó fue la cantidad de jeeps con carpas montadas en el techo de las camionetas que habían aparcadas, había una que hasta aire acondicionado tenía.

La playa también tiene muchos carteles realizados con esmero por los mismos vecinos, que van con distintas advertencias e indicaciones. Los cuyagüenses son la ley, quienes quizá, hastiados de no recibir la atención merecida por autoridades policiales prefieren ajusticiar por sus propios medios a cualquier persona que tenga intenciones de robar o causar algún malogro a la zona.

La primera tarea de todos fue precisar dónde nos asentaríamos y montar nuestras carpas. Almorzamos y de hipso facto nos fuimos a caminar por la orilla. Estaba perpleja y atónita. Podía sentir cómo el agua bailaba con la arena, mientras las palmeras sonreían con la brisa.

Tuvimos ansias por ver un atardecer más explosivo pero sabiendo que el cielo estaba encapotado y nublado, solo vimos a la playa pintándose de un leve amarillo. Luego del atardecer esperábamos con una mezcla de pánico y relax, la llegada de zancudos y otras plagas, pero para nuestra fortuna, la brisa estaba tan recia, que brillaron por su ausencia. Cenamos nuestros respectivos sándwiches y entre el cuatro, una maraquita y nuestras voces, cantamos sin importar la ausencia de luz.

Me acosté lo suficientemente temprano para poder levantarme con todas las de la ley. A eso de diez para las siete, ya estaba despierta hablando con una niña que jugaba con su perrito Nacho y recibiendo los primeros rayitos de luz.

En Cuyagua la gente madruga, no solo quienes hacemos turismo sino también los pescadores y demás trabajadores.

Lenin y yo fuimos al kiosko El Zancudo a comernos unas empanadas de cazón y mientras, aproveché para tomarle unas fotos.

Cuyagua te abraza tan fuertemente que cuesta irse. El oleaje es bastante fuerte por lo cual es la playa predilecta para surfear. Escalamos una roca que tenía una vista perfecta de la playa y finalmente, mientras termino estas líneas, trato de internalizar (por centésima vez), que estuve frente aquella perfección.

De antemano, muchas gracias por leer y ver.

(Fotos tomadas por mí)