Hace más de un año y medio que emprendí la aventura de venirme a vivir al otro lado del charco en Alemania. Hoy mirando en retrospectiva, recuerdo a aquella chama inexperta que afirmaba que jamas dejaría de desayunar todos los días arepas, que sin eso imposible vivir, o que no le gustaba el café amargo, y era imposible que lo tomara sin azúcar y como esas muchísimas cosas que consideraba intransingibles en mi rutina y mi persona.
Hoy puedo decir, que si he desayunado 3 veces arepas en el tiempo que llevo aquí, es mucho, y no es porque no tenga harina de maíz.
Ahora no soporto el café con azúcar, y prefiero los espressos antes que el café filtrado, y como ese muchísimos otros cambios que me llegan a replantearme si seria la misma Jarliz de antes, al volver a Venezuela.
La Jarliz a la que gustaba el guarapo de café con leche de mi papa (un café clarito, con leche y bien dulce), me pregunto si sera la misma Jarliz que se entusiasmaba al ir a comprar pan salado en la panadearía e irselo comiendo de camino a casa, con 1 malta compartida con sus padres y hermano, si me seguirá entusiasmando ir a comer a un restaurante, aunque la comida y el sitio sean pésimos, solo por la experiencia de salir.
Me da nostalgia, porque mi familia y mis amigos siguen ahí, para ellos nada ha cambiado, nada ha evolucionado, y yo siento que he cambiado tanto, consciente o inconscientemente, que a veces me siento culpable al no poderles llevar de vuelta a casa a la misma chica a la que despidieron en aquel aeropuerto un 24 de febrero y que todo vuelva a ser como antes.