En una esquina de la habitación del hotel un hombre de mediana edad muerde una almendra mientras concentra su mirada en el pomo de la puerta. La sala es perfectamente cuadrangular. Los escasos muebles respiran huérfanos ante tanto oxígeno y blancura, y el ventanal al fondo le da al lugar un cierto aspecto de pecera alumbrada por el sol. La puerta se abre. Otro hombre, diría que de su misma edad pero menos cabello capilar, entra en escena con la frente enrojecida.
—Hace un calor insoportable. –Espeta sin siquiera haber terminado de cruzar el umbral.
—Sí –Sigue mordiendo la almendra con parsimonia, casi sonriendo—. El aire acondicionado ha dejado de funcionar esta misma mañana en todo el hotel.
—¿Y cómo es posible que a las cinco de la tarde todavía no lo hayan arreglado? ¡En Agosto! Qué poca vergüenza.
—Quizás sea un problema complicado de resolver. Un pequeño incendio provocado por un cocinero indolente que paralice la instalación. Una rutinaria inspección de los conductos que se ha complicado al descubrirse un extraño moho…
—Una conspiración urdida entre los técnicos de aire acondicionado y Coca-Cola para vender más botellines. ¿Ahora también eres experto en la materia?
—No, simplemente estaba elucubrando. El único que ha hecho un juicio categórico has sido tú –coge otra almendra de la mesilla y se la lleva a la boca. Sus miradas se enfrentan por primera vez—. Lo de la conspiración de los refrescos sería un buen tema a desarrollar en una de tus novelas –Sonríe abiertamente. De la misma mesilla coge un vaso lleno de agua. La saborea con gusto. El presunto escritor de thrillers conspirativos se acerca decidido a su oponente. Picotea también un fruto seco, sus ojos se vuelven a encontrar, pero parece cambiar de gesto y se aleja unos pasos para contemplar el paisaje arbóreo que se abre tras la cristalera. Frunce ligeramente el ceño.
—Hablando de libros. ¿Cómo vas tú con el tuyo? Porque ya son dos años desde aquel exitazo que tuviste ¿no?
—Tres. Y no vendí ni la cuarta parte del menos vendido de tus gruesos volúmenes recopilados en sagas y trilogías.
—Qué modesto –Extiende los brazos—. Me invitas a la habitación de este “humilde” hotel donde no paras de dar entrevistas con medios de todo el mundo. ¡Sin haber publicado ni una nueva línea en tres años! Solo por tu inmenso prestigio literario. Tienes verdadero mérito.
El escritor en crisis se levanta de su sillón y da otro sorbo a su vaso.
—Sabes perfectamente porque estoy dando estas entrevistas. Tu sarcasmo está empezando a disgustarme de veras.
—“A disgustarme de veras”. ¿Pero tú te oyes como hablas? ¿Te crees que estamos dentro de una de tus profundísimas novelas autistas?
—No. Sé perfectamente que esto es la vida real. Sé porque estoy haciendo estas entrevistas y sé porque has venido a verme tan enfadado y jodido.
—“Jodido”. Bien, bien. Vas mejorando. Una palabra entendible y clara. ¿Por qué he venido tan enfadado y “jodido”?
—Porque me caso con ella. –La sonrisa se transmuta en ligera mueca de regocijo –Y tú no puedes soportar que me haya elegido a mí. Simplemente.
La carcajada del visitante parece atravesar la cristalera y ser escuchada por los abetos del parque. Su cara se transforma. Ya no se le tensa el ceño. Por primera vez desde que entró por la puerta su frente está libre de arrugas.
—La verdad. –Respira hondo— Soy un inepto. Durante todo el trayecto de camino al hotel me sentía tan humillado que no he podido apreciar la ironía de toda esta pantomima. Y lo grotesco de tu situación.
—¿Mi situación? De que hablas.
—Eso de que te ha elegido a ti. El triángulo amoroso. Nuestro duelo por su amor. ¿No te das cuenta de lo patético que suena todo?
—Mira, entiendo que estés dolido. Por eso quise que vinieras. Para explicarte…
—No me tienes que explicar nada. Soy yo el que te tiene que contar a ti lo que pasa. –Coge el vaso de agua de su acompañante de la mesilla y empieza a beber pausadamente— El agua no me sirve. ¿Hay mueble bar en esta suite?
El anfitrión apunta hacia el pequeño armario gris metalizado al otro lado del salón. Su sonrisa de regocijo está ahora a millones de años luz de su rostro. Le repele el sabor de las almendras. Su habitual tic en el meñique izquierdo hace aparición. Ahora es él el que contempla los abetos tras el cristal. Siguen ahí, impasibles mientras el invitado vierte Whisky en su vaso de agua.
—Excelente, escocés. Perfecto. ¿Te preparo uno? –El tono de sus palabras y el gesto de alzar la botella parecen medidos, algo teatrales.
—No —Cada sorbo de su huésped le traspasa como un aguijón en el costado. Vuelve a mirar afuera, esta vez al cielo. No parece querer escuchar el resto.
—Fuimos a aquella cafetería del centro. Hoy mismo. Estaba ojerosa, sin peinar. Tomó su manzanilla habitual. No paraba de dar sorbitos. Sorbitos. –La imita, con desdén y Whisky— Encendió un cigarrillo. Cogió carrerilla y me lo contó. Me dijo que a ti te odia y yo le doy pena. Que éramos unos niños. Que los últimos meses, cada vez que estábamos los tres juntos, sentía nauseas y no paraba de pensar en el pequeño pueblo de sus abuelos. Que cuando hiciste el anuncio de vuestra boda en aquella entrevista televisada lloró. Qué no podía entrar en ninguna librería sin ponerse pálida y que de un tiempo a esta parte, cada vez que tocaba un libro, y no solo los nuestros, le salían sarpullidos en los dedos. Ahora mismo debe de volar ya en un avión con el único objetivo de poner varios continentes de distancia entre nosotros. ¿Quieres ahora el Whisky o no?
—No, no. Déjalo. ¿Que a mí me odia y tú le das pena? ¿No será al revés? –No quita ya la vista de los abetos del parque. Parece como si estuviera midiendo hoja a hoja, rama a rama, la disposición de cada árbol.
—Eso me dijo. Míralo por el lado bueno, quizás este sea el espaldarazo que necesitabas para retomar tu novela –Saborea con especial deleite ese último sorbo del Whisky.
Fuente de la foto
Texto propiedad de @chejonte
Llevo dos días sin internet y estoy enviando esta entrada desde una biblioteca. No he entrado en discord en este tiempo. Disculpad esta falta de comunicación.
En cuanto a esta narración, surgió de un contexto completamente alejado de mi historia. Vi hace tiempo un documental sobre el famoso combate de boxeo en Filipinas entre Muhammad Alí y Joe Frazier: El famoso “Thrilla in Manila” de 1975. Me propuse escribir un relato sobre una pelea entre dos hombres que lo evocara. Una pelea dialógica, no física. Lo titulé ‘Doce cuerdas’ pero lo he retitulado.
Seguro tras esto tendrá algo que escribir, después de su éxito tres años atrás. Pediré que me comparta almendras :O
Me gustó mucho el relato @chejonte, buen trabajo.