Cuando nos vemos en una situación de gravedad con riesgo de muerte, le pedimos a Dios con todo nuestro corazón para que nos salve. Y una vez que ocurre la salvación, le damos gracias, todos los días, por habernos hecho el milagro. Esto no está mal, yo lo hice. Pero, qué me dicen del doctor que nos operó, las enfermeras que nos atendieron, nuestra familia que nos cuidó y los amigos que nos apoyaron incondicionalmente. En realidad, todas estas personas, fueron el canal que Dios utilizó para salvar nuestra vida.
Los médicos
Merecen ser reconocidos y elogiados por su condición de servir a la gente. Aplican sus conocimientos y habilidades para prestar un servicio oportuno a sus pacientes. Desde un simple dolor de estómago hasta las enfermedades más graves como el cáncer o el SIDA. Ellos no se limitan al examen físico, también nos asesoran para la prevención de enfermedades y para que mantengamos un estilo de vida saludable. Por lo tanto, debemos reconocer la grandeza de todos los médicos, que de una manera u otra, salvan muchas vidas.
Las enfermeras
Le dan comodidad, descanso y la atención necesaria a los que se enferman. Tratan con respeto a todos los pacientes y sus familias, comprenden sus preocupaciones y temores, e incluso usan el humor como una manera de contrarrestar cualquier angustia. Siempre están dispuestas a colaborar, ya se trate de los cambios de pañales de los ancianos o de darle un baño a alguien.
Las admiro, por su fortaleza al tener que presenciar el dolor, la angustia y la muerte a diario; sin embargo, ellas se comportan de una manera profesional y humanitaria ayudando a los pacientes y a sus familiares.
La familia y los amigos
En los momentos más difíciles necesitamos más que nunca a nuestra familia y a nuestros amigos más cercanos. Para mí, la familia y los amigos, es la gente de la que dependemos, ellos son quienes nos conocen mejor que nadie y a quienes podemos llamar siempre que necesitamos ayuda.
Una de las mejores cosas de la amistad es tener a alguien que nos apoye. Ellos nos dan confianza y se sienten cómodos compartiendo las cosas con nosotros. Nos envían un mensaje para que sepamos que están pendientes de nosotros y no necesitan respuesta, sólo quieren que sepamos que están con nosotros. Nos tranquilizan, nos animan a hablar de lo que sentimos y escuchan lo que le decimos.