El 7 de septiembre de 1815 fue fusilado en París el mariscal Ney, fiel compañero y servidor de Napoleón Bonaparte. Su viuda obtuvo permiso para llevarse el cuerpo, y enterrarlo en el cementerio que tan famoso llegaría a ser: el del Père Lachaise.
En 1903, cuando hacían obras de reacondicionamiento en la tumba familiar, el sepulturero encargado de abrir el féretro del mariscal lo halló vacío. Y entonces se recordó una historia extraña que circuló por Francia a mediados del siglo anterior.
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En 1819, vivía en Brownsville, Carolina del Sur, un maestro de escuela muy temido y estimado por sus alumnos. Se hacía llamar Peter Stuart Ney. Un día, al echar una mirada al periódico, vio algo que lo trastorno. Como no apareciera por la escuela el día siguiente, fueron a buscarlo a su casa y lo hallaron sin sentido, cubierto de sangre, con un cuchillo en la mano. Y cuando le preguntaron la razón de su acto, contesto:
-Puesto que Napoleón acaba de morir en Santa Helena, no tengo por qué seguir viviendo…
Y explicó que fue salvado por mediación de Wellington, que intercedió en su favor. Porque él era el auténtico mariscal Ney. Sin embargo, se negó a explicar por qué lo salvó Wellington, enemigo jurado de Napoleón. Y por fin, el supuesto mariscal se dignó decir:
-Yo estaba iniciado en un grado secreto de la masonería escocesa, al que también pertenecía el inglés. Al protegerme, obedeció al juramento de amistad que debía unirnos.
¿Fue toda una farsa del maestro de escuela? ¿Se trataba realmente del mariscal Ney?
Cuando murió, el 15 de noviembre de 1846, se llevó con él a la tumba el secreto de su verdadera identidad.