Recordar el Camino que Siempre Recorrí

in #spanish7 years ago

Caminando hacia el río me encontré con un pequeño collar de perlas, que sé que había visto antes, pero no recuerdo dónde. Miro a ambos lados del camino, como buscando a su dueño, porque pensé, tal vez creí, que a lo lejos estaría allí, mirándome recoger el collar. La brisa fría golpea mi cara y hace mover mi cabello sobre la frente en un vaivén que me hace cosquillas, y al mismo tiempo crea sombras a mis lados que me hacen creer que el dueño del collar está allí, parado, pero no, no está.

Sigo mi rumbo al río, con el collar entre mis manos, lo acaricio y cuento sus perlas. Cada una tiene una forma distinta, una textura diferente, que me va enseñando a reconocerlas, y en poco tiempo aprendo a saber si ya las he tocado antes. Un crepitar de ramas a mi espalda me pone en ascuas y me hace girar rápidamente para no ver nada, para sentirme burlado, indagando mi entorno como si algo estuviese allí pero que no soy capaz de ver, está justo allí pienso, pero está camuflado. Insisto en recorrer varias veces con la mirada los mismos lugares, sé que algo está allí, en medio de esas sombras acostadas debajo de los árboles, que me hacen burlas al llamar mi atención cuando un rayo de luz del Sol rompe la monotonía de la oscuridad imperante. Mi corazón ya desacelerado muestra la calma que me ha ganado nuevamente y decido seguir mi camino al río.

En la bifurcación tendré que tomar una decisión, si irme por la izquierda por el camino corto y sombrío, con grandes taludes y llenos de largas raíces húmedas que ponen mis destrezas de escalador en dudas; o el camino de la derecha, sin variaciones, lento y aburrido que solo toman los niños y adultos que ya no tienen fuerza de voluntad. No sé porqué me molesto en pensar si tomo uno u otro camino, si siempre ocurre lo mismo, tomo el camino de la derecha. Pero hoy fue distinto, hice algo muy diferente a los demás días, he tomado el collar de perlas que se atravesó en mi camino y lo traigo asido por su perla más pequeña.

Al llegar al borde del gran talud, justo después de la curva donde se encuentra el mirador de los amantes, me encuentro al Sol de frente, ligeramente sobre el horizonte del Este, tan pegado a la tierra que no puedo diferencia donde comienza el brillo del Sol y el reflejo que produce sobre las aguas del río. Lo miro por unos cuantos segundos hasta que mi vista cansada, encandilada, decide buscar a mi izquierda los árboles donde se reúnen mis viejos amigos del colegio. Pero no están allí, tal vez hoy decidieron quedarse en sus salones de clases y no faltar más, aunque me parece extraño, porque en un día como hoy, tan claro, tan sereno, con una brisa que invita a sentarse a la orilla del río a oler la espuma que salpica sobre la cara, es inconcebible la ausencia de todos ellos. Bueno, ellos se lo pierden, mejor para mi, aunque ella no haya venido tampoco a disfrutar este día que lo siento tan especial.

Intento subirme al árbol del puente colgante como siempre lo he hecho, pero no puedo, estoy muy cansado y la manos no me dan para levantar todo mi cuerpo. Debe ser porque hoy no desayuné, y no tengo la energía para escalar el árbol y bambolearme en sus ramas ante las fuertes ráfagas de viento que rompe contra el gran talud, ascendiendo como un gran río de aire entre las ramas, que se agitan con fuerza hacia arriba y abajo. A mi no me da miedo, como al resto, que odia estar allí, bamboleándose con el viento, y mojándose con la brisa cargada de agua que sube del río.

Se me cae el collar de perlas y me inclino a recogerlas, pero enseguida noto que tengo que hacer demasiado esfuerzo para una maniobra tan simple. Cuando tomo nuevamente las perlas en mi mano, las noto arrugadas, envejecidas, y recuerdo. Recuerdo todo, y me miro a mi mismo setenta años en el futuro; y escucho una voz melódica y casi angelical que a mis espaldas dice ¡Abuelo! Volteo y veo a una criatura que me habla y a la que no entiendo... Poco a poco, como si apenas estuviera despertando de un largo sueño, voy reconociendo esa cara de ángel, que me quita las perlas de las manos y me dice, a mami no le gusta que tomes las perlas de la abuela.

Voy caminando de la mano de esta pequeña niña que no tiene más de ocho años, que me va regañando y en tono casi de fastidio me increpa y me pide que no vuelva a salir de la casa sin avisar, que un día de estos voy a caerme de ese precipicio como le ocurrió a la abuela.

Miro el camino hacia el río, y sé que lo volveré a recorrer, como las cientos de veces que lo hice cuando tenía la edad de esta niña, porque aunque no recuerdo en este momento ni siquiera mi nombre, estoy seguro que mi vida está en recorrer este camino hasta que encuentre lo que perdí y no sé en dónde buscar.....

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