Empiezo aclarando de una vez que esto que escribo no es un llamado desesperado a que me digan “¡claro que no! ¡eres bonita!”. Yo sé que para la gente que me quiere no soy fea, o no me lo dicen, y tal vez que para algunas personas con un rango amplio (y bastante flexible) de gustos tampoco debo serlo. Pero es una realidad: soy fea. Tal vez años atrás lo habría dicho como una queja, con resentimiento, pero después de darme tantos golpes con la misma pared me di cuenta que esa pared no existe, y en este momento hasta podría decirlo con cierto orgullo: Sí, soy fea ¿y qué?.
De esto me di cuenta a temprana edad, en ese típico y tan tierno gesto de compararse con las amiguitas, mi vecinita y mejor amiga de la infancia era rubia, ojos verdes, facciones perfectas. Al pasar los años me fui juntando con niñas más parecidas a mí, alguna con verruga, una gorda, otra con zapatos ortopédicos de la época, cuando todas llegamos a la adolescencia una se operó, la otra adelgazó, la otra ya caminaba bien, y yo me quedé en lo mismo, no había nada en mí específicamente que me hiciera fea sino que simplemente no llegaba a cumplir esa cosa abstracta para mí en el momento que era la belleza, y si no es que era fea, no era bonita tampoco. Para ese momento cuando las hormonas empezaban a palpitar empezó a convertirse en un problema, un cuestionamiento constante ¿qué me hace falta? ¿qué me sobra? ¿por qué fulanito no se fija en mí?, mis padres gastaron mucho dinero comprándome revistas Tú todos los meses, donde te decían desde cómo vestirte hasta dar testimonios de bulímicas que vomitaban metiéndose un cepillo de dientes en la garganta (fue el primer sitio donde leí sobre eso, por eso lo recuerdo tan vivamente). Hice ejercicios diariamente a los 12 años aunque no tenía sobrepeso, tuve todo lipstick baratongo habido y por haber, me hice las mechitas, el desriz, todo. Seguía sin funcionar…entonces conocí el punk, a través de Avril Lavigne, debo admitirlo, pero me llevó hasta sus términos. Empecé a cuestionar todo dentro de lo que me permitía la edad y la experiencia, me di cuenta que el problema era la sociedad, no yo. Cambié mi estilo, me radicalizé, me hice unos pequeños túneles, me pinté el pelo de negro, sin embargo tampoco cuajé en el ambiente, aparte de sufrir bulliyng por los “verdaderos punks”, menganito tampoco se fijaba en mí, y no hay punk que quite eso.
Hasta que llegó mi salvación: el internet. Era perfecto, ya no verían como me veo, sino como realmente soy. Antes de los filtros del Instagram, la fototrampa era simplemente caer muy bien. Ahí conocí a Raymundo y todo el mundo, novios, amigos, enemigos, compañeros de banda, etc. Para el momento que me conocían en la realidad había cuajado tanto en ellos que no podían echar marcha atrás. Dediqué más tiempo en desarrollarme en otras áreas que lo puramente físico, conocí un montón de música, películas, libros, juegos, frases inspiradoras que imprimía y pegaba en la pared, en fin, un montón de cosas. El internet saciaba mi necesidad social y emocional, lo que me pasaba en la calle cuando me gritaban “fea” “rancia” y cosas así, me importaba poco, yo no los necesitaba a ELLOS.
Adelantemos la cinta para saltar algunas épocas y llegar de nuevo a las revelaciones. Año 2011, me diagnosticaron esquizofrenia junto a un cóctel de pastillas que le darían envidia a Hunter S. Thompson, el novio que tenía se fue del país, caí en un reposo total dentro de un momento muy confuso, las pastillas me hicieron engordar muchísimo. En algún momento me encontré de frente conmigo misma, la mayoría de los amigos desaparecieron, fue un MUTE como el de la tele total. Me vi, gorda, con granos y la cara grasosa de tanto medicamento, con problemas motores leves al caminar, el pelo se me caía cuando me bañaba, no entendía nada, esa no era yo años atrás, que si bien no era una belleza excepcional, tampoco era eso que estaba viendo ahora. Los autorretratos eran raros, caminar me daba fastidio, la ropa no me servía, tampoco salía mucho de casa, siempre me veía en batas de mi abuela. Ahí comencé a entender que no iba a volver atrás, pero estaba en negación. Comenzaron las críticas por mi peso de parte de mi familia, amigos y hasta mi psiquiatra (no sé por qué hizo eso), aveces decían cosas muy crueles y no me daban espacio para justificarme, me deprimí. Hice toda dieta habida y por haber, hice hipnosis para comer la mitad de lo que comía antes (lo cual era horrible y me hacía pasar mucha hambre). Adelgacé: euforia colectiva “Lorena qué flaca, qué bella” “Esoooo Lulú, adelgazaste” “Llégate, que va a estar Lulú y ha perdido peso”, plastas de mierdas todos, me hicieron pensar que valía la pena pasar hambre literalmente para obtener su aceptación. Como todo lo que baja, sube, volví a engordar, y se fue esa ilusión adolescente de ser la gorda que adelgaza de repente y todos la quieren y la miran. Me volví a ver y empecé a encontrar más defectos, el tiempo iba pasando y todo se iba gastando, descubrí el alucinante mundo del maquillaje con mucho entusiasmo (especialmente los labiales), me fui parapeteando, como decimos aquí, me pinté el pelo mil veces y de mil colores, me compré mil vestidos de mil colores, mil labiales de mil colores, sea como sea, me divertí, sin embargo, el tiempo siguió pasando.
Llegamos al día de hoy, 23 de Septiembre del 2018: no sólo sigo siendo fea, sigo siendo gorda, tengo el pelo corto y estoy tatuada, de paso, no me afeito y no uso sostén, y eso en mí no es algo que me haga resaltar de manera positiva. Soy, a la mirada masculina canonizada por los estándares de belleza, un esperpento. Sí, ya sé lo que están pensando, a esta le picó el feminismo, y es verdad. Me di cuenta gracias al feminismo de que años de publicidad y ataques mediáticos con el mismo estereotipo de mujer no se lavan de un día a otro, incluso en esta era del body positive, que es otra mentira más. Quizás para nuestro círculo de intelectuales-bohemios-hippies-deconstruídos que parece gigante a nuestros ojos, todo vale, somos bellos todos, viva la diversidad, pero en el mundo de afuera, del camionero y el motorizado, soy un esperpento. Lo interesante viene ahora, porque ustedes dirán “y si eres tan feminista ¿por qué te importa lo que eres o no eres a los ojos de los hombres?” y yo les diré “a estas alturas no me importa, pero no por eso deja de ser interesante analizar todo esto”. Ser fea me trae desventajas que afectan mi cotidianidad, por ejemplo: no me atienden en los lugares donde la mayoría de clientes son hombres, porque soy mujer, pero al mismo tiempo, si fuera una mujer que llamara la atención, si me atenderían porque son unos babosos, entonces es una situación de perder-perder, siempre soy la última de la fila. También me ha afectado en mi trayectoria artística, no tengo pruebas de esto, pero estoy segura que mucha más gente escucharía mi música si yo fuera bonita, y más en este país, donde la mujer o entra por los ojos o no entra, y ni hablar del montón de burlas que recibí por estar en una banda llamada “Jóvenes y Sexys”, una vez hasta me hicieron un meme. Así que independientemente que me importe o no, de una manera u otra llegan hasta mí las consecuencias de ser fea.
Sin embargo, a todas estas me enorgullece ser fea, porque eso quiere decir que he logrado seducir al mundo a punta de personalidad, y no digo que las bonitas no puedan hacerlo, pero vamos a ser sinceros, tienen algo de ventaja en algunos ámbitos, y bueno, ellas también deben sufrir otros pesares diferentes a los míos. Ser fea me ha enseñado a cultivar muchas aptitudes que son útiles socialmente, también me ha enseñado a no juzgar por las apariencias, que resulta ser muy útil socialmente. He pasado la resignación, estoy en la aceptación de lo que represento en la sociedad de las apariencias, me divierte cada día más representar lo contrario de la mujer ideal, lo encuentro transgresor, si pudiera convertirme en un monstruo de tres cabezas, lo haría, sólo por joder. El amor infinito en mí me permite traspasar la primera capa de la realidad.
Sé que vivimos a través de nuestro cuerpo y no es algo que desvalorizo, sé que aceptarse y amarse a una misma es importantísimo, y si me asumo como fea, no es desde mis ojos, sino desde la mirada ajena, porque puedo hacer una separación de mi ego y el ego ajeno. Yo estoy bien, no se preocupen, me quiero mucho a mí misma y me tengo en alta estima, valoro mi cuerpo y lo idolatro dándole lo que quiere, sí, me gusto. De eso no se trata el texto, se trata de asumirse como un ser distinto a lo deseado por la sociedad, eso es un reto, ser fea no es fácil, ser gorda tampoco, la idea es transformar esa noción en algo útil, hackear el sistema, dejar de vivir torturadas por el deseo de gustar y asumir que no gustamos como un gesto transgresor. También cultivarnos más allá de lo físico para tener los argumentos y poder enfrentarnos al mundo de esta forma. Vamos a voltearle la tortilla al concepto de la fealdad que tienen los demás y tirársela en la cara, estamos creando un nuevo mundo con nuevas maneras de vivirlo, de vivirnos.
Mira fea…acéptate como tal, elimina el estigma de la palabra y sé una con ella, disfrútala, búrlate de ti misma con amor, la vida son dos días, vamos a entenderla de otra manera, no como nos quieren hacer creer que es.