—Porque llevas a tus espaldas cincuenta y siete asesinatos.
—La mayoría no han sido asesinatos, sino defensa propia y limpieza de obstáculos al paso de la Cruz de Jesucristo. Asesinatos, sólo los últimos, después de haber quedado desangelado. ¿Y qué tiene que ver el número cincuenta y siete, que tanto te ha asombrado? ¿Se te ocurre algo malo?
—Todo lo contrario, porque estás equivocado. En tus escritos dices que Gelvira ha sido el número cincuenta y siete, pero Gelvira no ha muerto.
—Primero me vino Rechivaldo con la Divina Providencia. Ahora tú, con la inmortalidad del alma de Tomás de Aquino. Luego me vendrás con las contradicciones del escocés, que si la voluntad es anterior al entendimiento y juegos filosóficos semejantes.
—Si hubieras matado a Gelvira hubiera sido el número cincuenta y ocho; y tu existencia hubiera acabado con ella. Cincuenta y ocho es el número de la muerte en el juego de la Oca.
Ni un solo caso en la historia se ha dado en que el asesino haya sobrevivido a su número cincuenta y ocho. Antes de unas semanas ya le ha sobrevenido la muerte.
—Todavía, a pesar de haber vivido una suerte trágica, ¿sigues insistiendo en estupideces de la cábala? La Oca siempre ha sido un juego de templarios desocupados.
—Ha sido un juego, claro que sí: el juego de la vida, que nos la estamos jugando a cada instante.
—Roderico, me aturdes y logras confundirme con tus fantasías.
—No nos estamos entendiendo.
—Con la muerte de Gotier ahí al lado, y con la de mi caballo, sigo un poco aturdido. Pisemos en tierra, por favor: Tenemos que serenar la mente cuando pasen unos días. Yo vivo en la Atalaya. Sigues este sendero que tengo hecho de tanto pisarlo y llegas al camino. Allí silbas porque no se ve desde ningún sitio. Para subir tengo que lanzarte una escala desde arriba. Ingéniatelas para salir del convento con una disculpa creíble y te llegas allí por la noche. Al calor de la hoguera podemos hablar despacio hasta las tantas de la mañana sentados en mi scriptorium cómodamente y no con este frío que ya me está calando los huesos.
—Te digo que Gelvira no ha muerto, que tú crees que la has matado, pero no es cierto.
—Está visto que no podemos entendernos con palabras.
—Las palabras, a veces, son excelsas; y a veces son un infierno que sólo sirven para confundir a los humanos.
—Eso sí que es cierto. ¿Y el niño? ¿Cómo murió el niño?
—Ya te he dicho que el niño está con Gelvira.
—¿Qué? Por favor, eso no me lo repitas que no quiero ni oírlo. ¿Eres insensible a mi congoja?
—¡Los dos viven, Martín, los dos viven! ¡Y Gelvira cuida del niño!
—¡Hay, pobre de mí! Te lo pido por clemencia y por favor, Rederico. No me tortures con teologías, y menos aún si lo mezclas con tus números y tus cábalas.
—Veo que con palabras no te voy a convencer. Con este frío y hablando a través de las paredes, se me hace imposible abrirte la mente para que me entiendas.
—Sube a la Atalaya, mi refugio. Te lo he dicho. Y hablamos viéndonos las caras y al calor de la hoguera.
—¿Dónde está la Atalaya?
—Te lo he explicado y no me has hecho caso. Estás atolondrado.
—¿Dónde, dónde? Estaría pensando en otra cosa.
—A media legua de aquí. Sales por este sendero, llegas al camino del valle, tuerces hacia arriba, allí me silbas como siempre; y te responderé del mismo modo. ¿Te has enterado bien?
—No puedo arriesgarme a sacar una disculpa. Si alguien se entera, echándome en falta, será mi muerte. Y más ahora, con lo revuelto que está todo.
—¿Qué es eso de que está todo revuelto?
—Que está el Rey en el monasterio investigando un asesinato y nos está interrogando al Abad y a todos los frailes —no se fía de nadie—, uno a uno nos pregunta una y otra vez con sus notarios y guardias reales.
—Me vas hablando por partes. Dime todo a la vez para saber a qué atenerme. Vete a mi refugio y me cuentas todo detenidamente. O vente ya conmigo y no te encontrará nadie. Cuando pase el invierno, sin nieve por los caminos, seguiremos nosotros por la senda de los templarios vivos hasta llegar a los barcos del Atlántico.
—En vez de subir a la Atalaya, dame unos días para escribirlo todo y te lo explico por escrito, que así no hay confusión posible.
—Eso mismo me repetía Omega, que siempre era mejor por escrito como decía un paisano suyo que era senador de Roma, porque el escrito, si no se entiende, se vuelve a leer hasta que todo esté claro; sin embargo, las palabras se las lleva el viento y puede ser que no vuelvan, o vuelven ecos confusos.
—Dame un poco de tiempo para escribir todo lo que sé y he oído.
—De acuerdo, espero a que escribas lo que consideres oportuno, pero, por favor, no me vengas con moralinas ni me aconsejes teologías, que veo que ya eres un perfecto filósofo benedictino. ¿Has dicho un asesinato? ¿De qué asesinato se trata?
—Con palabras no vas a entender nada. Ten un poco de paciencia y déjame escribirte. No obstante, ven mañana a la misma hora, por si puedo traer lo que tenga escrito, aunque no haya terminado, y que puedas ir leyendo. Tengo que irme, que ya se oye cantar los últimos salmos de vísperas. No olvides que Gotier cayó en el pozo y la caída no ha sido casual, sobre todo andando con tanto cuidado como anduvimos, ni tampoco ordenada por la Divina Providencia. Recuerda también que el número cincuenta y ocho, el de la muerte, anda rondando por aquí, y no hay cerca ningún puente firme y recio salvador de los descuidos. El más cercano es el puente Osmundo de Ponferrada. Y ya queda muy lejos.
Terminó Roderico estas palabras angustiado y envuelto en sus elucubraciones cabalísticas ¡Pobre Roderico! A veces tan cuerdo y razonable, sin embargo, otras veces se comportaba como si estuviera cada vez más enfermo de la cabeza.
que misterio tan peculiar con este juego tan increiblemente extraño .Lo que se encuentra aveces uno
Es una novela histórica, @thegoldman9. La publico aquí para los steemians. En la edición de papel pesa un kilo y es muy cara: 24 euros.