por Leonardo Laverde B.
La investigación académica con criterios científicos es parte esencial de la vida universitaria. A pesar de su grandilocuente nombre, la investigación científica es una manifestación de una de nuestras actividades más cotidianas: la búsqueda y transmisión del conocimiento. Lo que la distingue en el campo académico es el cumplimiento de una serie de pautas que garantizan su cientificidad. Dichas pautas responden al objetivo general de la ciencia (aumentar el conocimiento), y su aprendizaje es uno de los objetivos de la formación universitaria.
Conocer es construir modelos mentales. Todo nuestro conocimiento descansa sobre la percepción, pero la percepción por sí sola no garantiza conocimiento directo. A menudo nos engañamos y sacamos conclusiones erróneas sobre nuestras percepciones. Esto se debe a que, si bien el conocimiento se basa en la percepción, se produce realmente en la reflexión sobre lo percibido. Al reflexionar, nos hacemos una representación de la realidad, que puede ser más o menos exacta.
El interés de la ciencia es que esas representaciones o modelos correspondan a la realidad con la mayor aproximación posible, de forma tal que podamos orientar nuestras acciones sobre conocimientos ciertos. Para ello, ha ideado un método (el método científico), que permite acercarse a esta exactitud ideal.
El objetivo más importante de la investigación científica no es incrementar el conocimiento individual del investigador, sino el de la Humanidad. Por lo tanto, es costumbre que al culminar una investigación, se publique una memoria (trabajo académico) donde se registren los resultados para que puedan ser utilizados en futuras investigaciones. Y esto no solo por idealismo, sino por razones prácticas: el conocimiento humano es demasiado vasto para que cada individuo intente adquirirlo o comprobarlo todo por sí mismo. Semejante tarea sería interminable e inútil. Antes que investigar un problema ya resuelto, es mejor buscar los antecedentes (trabajos anteriores sobre el tema) y apoyarse en esas investigaciones para dedicarse a buscar conocimiento nuevo. Más adelante, otros se apoyarán a su vez en nuestras investigaciones y así sucesivamente.
Sin embargo, para que un trabajo académico sea utilizado como fuente, debe ofrecer una confianza razonable en su cientificidad. Esto se logra aportando cierta información (marco teórico, metodología, fuentes) que permiten a otros investigadores, si lo desean, recrear la investigación, o al menos dar por válido el procedimiento.
Además de esto, existen reglas formales (las llamadas reglas APA, MLA, UPEL, etc.), para facilitar la lectura y el reconocimiento del texto como un trabajo académico. No hay, ciertamente, un modelo formal único, pero sí algunos ya consagrados por la tradición y con prestigio en vastos sectores de la comunidad académica. Sea cual sea el modelo a elegir, es importante mantener la uniformidad. La regularidad formal permite al lector ya familiarizado identificar rápidamente, sin necesidad de grandes aclaratorias, cuándo se está citando un libro, un artículo o un recurso web.
Todo trabajo académico intenta contestar una pregunta o resolver un problema. La regla de oro es escoger un problema útil, factible y relevante. Por ejemplo, no es útil repetir (o plagiar) una investigación previa. Para no caer esto, se debe revisar bien los antecedentes. Ciertamente, es imposible buscar en todas las bibliotecas, revistas y páginas web del mundo; sin embargo, si se elige un tema de investigación limitado, es posible asimismo reducir el arqueo bibliográfico razonablemente.
Una opción válida es redactar monografías, compilar información ya investigada pero que se encuentra dispersa. Sin embargo, aun en este caso, es deseable añadir algo de la propia cosecha: observaciones sobre el conjunto ya reunido, sugerencias para próximas investigaciones e incluso opiniones personales, siempre fundamentadas en los resultados de la investigación.