Asesinato Justificado
Uno de los apelativos mejor logrados es el de "pacientes" , dado a los enfermos en la jerga medica. Para mi era un misterio este extraño nombre, hasta que me toco ser uno de ellos. Entonces comprendí la paciencia que hay que tener cuando uno se enferma y necesita los servicios del especialista de la salud.
Un día que amanecí peor que de costumbre de mi sempiterna molestia cutánea, decidí consultar con un medico, obligado por mi mujer, obstinada de oírme quejar todo el día. En ese nefasto momento, en ese fatídico instante, cuando no tuve el coraje de enfrentarme con mi esposa y cobardemente cedí a sus deseos, en ese minuto fatal, comenzó mi atroz calvario. El segundo que tarde en decirle:
-Esta bien, mi amor, iré a verme.
Ese momento decidió mi futuro.
Cuando después de mucho averiguar entre mis amigos y conocidos cual podría ser el mejor especialista en no se que (a los médicos les encanta ser llamados por nombres raros, sospecho que para confundir mas a los pobres cristianos), me decidí y pedí una cita, creyendo ingenuamente que de esta manera, seria atendido a una hora fijada y no perdería mucho tiempo.
Exactamente el día y a la hora prevista, me presente al consultorio, me identifique con la enfermera, quien de mala manera, me informó:
-El doctor está operando. No sé cuando regresa a pasar consulta
Amablemente le informé que tenia hora fijada y no podía faltar al trabajo. Ella, Molesta, me dijo:
-Haga lo que quiera. No pretenderá que por atenderlo a usted, el doctor deje de operar a un importante paciente, si quiere, pida otra cita para dentro de un mes. Si le parece mejor, espere y, si esta muy apurado, váyase. Le puedo dar cita para dentro de un mes.
Por miedo a lo que diría mi mujer si regresaba sin haber consultado el al medico (sin mi maldita cobardía no estaría contándoles esto), me decidí a esperar. De todas formas, mi jefe es menos peligroso que mi costilla y prefiero mil veces la fuera de aquel que la de ella.
A las mil y quinientas, llegó el galeno muy apurado. Ni siquiera se dignó a darnos los buenos días, y mucho menos excusas por su tardanza.
De inmediato la enfermera comenzó a pasar a los pacientes, supuestamente por orden de llegada.
Primero entro una señorita que era un verdadero bombón, (notamos que ella había llegado de ultima). Después de hora y media en la consulta, salio arreglándose el cabello y la blusa, nos dimos cuenta que no canceló dinero alguno con la enfermera. Segundo: Una viejita que no demoro ni dos minutos en la consulta y, al salir, se retrató puntualmente. Tercero, cuarto, quinto, sexto, tipos anodinos que no demoraban mucho y pagaban la consulta religiosamente, luego, se iban, con diferentes expresiones: unos de satisfacción, otros preocupados y los más. con perdón de la palabra, "Arrechos".
Por fin llego mi turno. Entro valientemente en el despacho y le informo al galeno que tengo un poco de salpullido y me gustaría tratarme, ya que me molesta mucho.
Sin dignarse a mirarme me ordena:
-Desvistase detrás del biombo. La enfermera lo ayudará.
Obedezco pasivamente, dando gracias a Dios por tener puestos mis mejores interiores y espero así, desnudo y avergonzado delante de la enfermera hasta que ésta se digna a proporcionarme una coqueta batica, abierta por detrás, y me ordena a acostarme boca arriba en un diván de hule, frio como el hielo. Yo intento protestar timidamente.
-Pero, doctor, si yo lo que tengo es un simple salpullido en el brazo.
El medico me mira fieramente y dice:
-¡Callese!. Aquí el medico soy yo.
Y sin ninguna misericordia, comienza a clavarme los dedos por la barriga, preguntado lleno de ironía, cada vez que se afincaba.
-¿Le duele?
Con un hilo de voz contesto que si, ya que no estoy muerto aún y, por supuesto si un hombre fuerte clava los dedos hasta la primera articulación en el hígado, tiene que doler. Él prosigue impávido examen durante un largo rato y al fin ordena con voz tonante:
-¡Sientese!
Obedezco y él comenzo a golpearme la espalda, creo que con el puño cerrado, aunque no puedo asegurarlo. Al fin dice:
-Abra la boca.
Me mete hasta el fondo de la garganta una paleta muy ancha. Sigue preguntándome si me duele. Como no puedo contestar, porque me tiene pisada la lengua con la paleta, parece molestarse y moviendo el instrumento de un lado al otro, me increpa duramente:
-Compañero, si no colabora conmigo, no podre hacerle un reconocimiento completo. Conteste de una vez.
-Graggggg, graaaggggg, gragggg.
Respondo, ya que es el único sonido que se puede emitir con un pedazo de palo metido hasta la campanilla.
En vista de lo cual, el galeno hace un gesto de renuncia, saca la paleta y me mira conmiserativamente moviendo tristemente la cabeza de un lado a otro.
Finalmente me pone una oreja en la espalda y comienza ordenar:
-Respre. No respire. Cuente hasta treinta y tres. No respire. Vuelva a respirar.
Me pega por la espalda un pedazo de hierro helado. Es el mentado estetoscopio, que siempre carga por el cuello para que se sepa que es doctor, y comienza de nuevo la retahíla de ordenes hasta que empiezo a ponerme morado por la asfixia. Ante esto, el sucio exclama:
-Puede respirar.
Profundamente agradecido, ya que por fin me permite algo, sonrió confiado y el desgraciado aprovecha para caerme a martillazos por las rodillas. No me atrevo a protestar, por que ya le tengo miedo. Aguanto hasta que, por fin, se digna ordenar:
-Puede vestirse.
Una vez vestido y ante el escritorio de la eminencia, tímidamente pregunto:
-¿Que sera lo que tengo doctor?
El contesta muy serio y con cara de lastima:
-Temo mucho que pueda ser una arteriosclerosis múltiple, complicada con un trastorno gastroenteronasofaringeo avanzado, de origen desconocido. Ademas sospecho que tiene destrozados el hígado, el baso y el páncreas. Hagase esta serie de exámenes de laboratorio para estar seguro de la gravedad del diagnostico. Y no se preocupe por el gasto, que mas caras están las hurnas.
Convencido de que una enfermedad con un nombre tan raro y largo tiene que ser necesariamente mortal, salgo cabizbajo del consultorio. Me retrato con la enfermera, quien me da una cita para dentro de 15 días. Cita a la cual debo acudir con los resultados de los Exámenes.
Paso la quincena mas horrenda de mi vida, hipoteco la casa, vendo el carro, pido un préstamo bancario y dinero a mis amigos para poder pagar la larga serie de exámenes requerida. Me despido de mis parientes y amigos.
A mi esposa le aconsejo como debe invertir el poco dinero que quedara después de pagar los gastos médicos y el entierro. También le suplico que durante mi velorio no se ponga a dar espectáculos delante de todo el mundo, divulgando secretos de nuestra vida privada, ni se ponga a enumerar mis virtudes, las cuales ha negado durante toda nuestra vida juntos, ni me ruegue que la lleve conmigo, ni mucho menos me recrimine post-morten por haberla dejado sola. Pero sobre todas las cosas, le pido que no salga de safrisca a casarse con mi mejor amigo a los dos meses de mi obito. Voy a misa, me confieso y comulgo y así, en paz con Dios y con el mundo me dirijo a la consulta en el tiempo fijado.
Otra espera interminable. Otro examen dolorosisimo y al final el diagnostico:
-Lo que usted tiene es un salpullido causado por el calor. Póngase un poco de talco boricado del baño y ya esta.
Asesine al doctor de un martillazo en el occipucio. Cuando salí, la enfermera pretendía cobrarme la consulta. Tuve que estrangularla con mis propias manos.
Escribo esto mientras espero a la policía. Estoy seguro que, cuando sepan mi historia, me absolverán.
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