Un saludo mis queridos amigos.
Mi primo Luis Emiro había acordado celebrar el bautizo de mi hijo Marcello Andrés en Las Parcelas de Mara el 12 de octubre de 2002. Como padrino, se encargaría de organizar la reunión y por supuesto traer sus invitados. A esa cita yo había llegado el día anterior procedente de Ciudad Ojeda y me había instalado en casa de mi hermano Pedro.
Era más de mediodía cuando llegó con una comitiva de diez carros que se arremolinó en torno a un frondoso níspero de veinte metros de altura. Era el mejor escenario para la parranda que él había programado. Enseguida, bajo de su camioneta negra y se dirigió a los presentes con su fraternal manera de saludar. Lo seguía un anciano muy moreno, bajo de estatura, y de pasos parsimoniosos, producto quizás de viejas dolencias. Llevaba un sombrero de dos tonos y alas oscilantes que denunciaba sin equívocos su lugar de origen. Se acercó sin proferir palabras, esbozó solo una sonrisa amistosa como cortesía a los que nos encontrábamos allí expectantes: parecía muy cansado. Mi hermano Pedro le dio la bienvenida y luego le ofreció un chinchorro para que descansara. Me intrigó la presencia del anciano en medio de una docena de jóvenes entusiastas que traían en cada vehículo los trozos de la parranda anunciada. Bajaron cuatro carneros, leña para asar la carne, racimos de plátanos y el cargamento etílico rebosante de hielo.
Este último componente fue emplazado en el centro de un círculo formado por decenas de sillas. El invitado después de pasar su corto descanso en un chinchorro colgado bajo las sombras del generoso árbol, se levantó remozado y dispuesto a conversar. Luis Emiro lo flanqueó para presentarlo:
–Conozcan al viejo Bienve. Es una gloria del folclor vallenato y mi invitado especial.
La mayoría de los presentes lo observó sin descubrir en él nada importante hasta ese momento.
–Mucho gusto, señores: Bienvenido Martínez para servirles –dijo, seguido de un apretón de manos. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que era el famoso compositor colombiano del tema Berta Caldera, mencionado en otro clásico del vallenato El cantor de Fonseca, escrito por Carlos Huerta y recorriera el planeta en la voz de Carlos Vives en 1993. Carlos Huerta era músico formado en Venezuela y primo de Bienvenido.
A Bienvenido no se le puede separar nunca de Berta Caldera. Es como si él hubiese cobrado vida por el soplo mágico de esa bonita creación. Y no al revés. De modo que al cabo de un rato él fue más allá: entró de nuevo en ese maravilloso mundo y agitó las riendas del tiempo para venir montado sobre la cabalgadura de su evocación:
–Berta Caldera era linda, delgada, de ojos grandes y hermosos. Era un amor platónico, de esos que endulzan la vida cuando uno está joven, y hace que uno se vuelva poeta para dedicarle canciones. Eso nada más.
–¿Dónde la conoció, maestro?
–Allá mismo, en la sierra de Oreganal. Un día en que visité a mi amigo, el acordionero Monche Campuzano. Ella vivía al lado, pero la contagiosa música que tocaba Monche en ese momento hizo que se concentraran muchos vecinos con ganas de bailar. Cuando la vi, quedé paralizado por su belleza y fue entonces cuando pedí permiso a la madre para que la dejara bailar conmigo. La madre me complació a regañadientes. En ese tiempo las viejas eran muy celosas con sus hijas, sin embargo accedió a mi petición. El tiempo pasó muy rápido a pesar de las cinco piezas que bailamos, pero el encanto y el hechizo de Berta me duró toda la vida.
El maestro carraspea y prosigue: “Monche no había hecho pausas entre canciones y canciones para que yo pudiera bailar por más tiempo con la muchacha. Aquella osadía le costó muy caro, porque la madre de Berta, además de matarlo cinco veces con la mirada, no le dirigió palabras en varios años. Qué día aquel, amigo”, suspiró Bienvenido, recordando con una sonrisa picarona el atrevimiento de su amigo.
Cuando la canción brotó producto de aquel encandilamiento amoroso, Bienvenido no imaginó que se convertiría más adelante en una referencia del folclor vallenato en Colombia y más allá. La primera versión fue grabada en 1960 por Luis Enrique Martínez, quien tuvo el descaro de etiquetar su nombre en el disco en lugar del auténtico creador. Ante semejante atropello, no se hizo esperar el reclamo de Bienvenido, quien lo dejó zanjado en otra memorable estrofa:
El paseo de Berta Caldera/Quien me lo quiere robar/Ay, que me lo toque el que quiera/Pa' ver si lo toca igual.
Berta Caldera se convirtió en un clásico del vallenato y en el extenso catálogo de intérpretes se cuenta, Jorge Oñate y el Binomio de Oro.
Bienvenido Martínez nació en 1917 en El Hatico, caserío de Fonseca, Guajira colombiana. En su juventud trabajó como jornalero en varias fincas de la región que alternaba con interminables parrandas. Hoy vive en el barrio Cujicito al oeste de Maracaibo en Venezuela.
–¿Maestro, qué es de la vida de Berta Caldera?
Don Bienvenido se quita por primera vez el sombrero “vuelteao”, y lo coloca sobre sus piernas. Trata de quitarle brozas que no existen y se lo vuelve a poner con gracia sobre su pelo algodonado.
–Ella vive aquí, en tu país, desde hace muchos años.
La inspiración de trovador enamorado no pudo cambiar lo que había determinado el destino: Berta Caldera contrajo matrimonio más tarde con el productor agropecuario Jaime Daza y fijaron residencia en Machiques, estado Zulia donde levantaron una hermosa familia.
–El oficio de acordionero no era bien visto por la gente en mi juventud, por eso no fui correspondido por los padres de Berta. Decían que un hombre como yo, jamás estabilizaría una familia cantando en parrandas callejeras y alegrando la vida a borrachos. ¿Qué te parece?
La vida de don Bienvenido parece una historia inspirada en la novela El amor en los tiempos del cólera de García Márquez, aunque el contexto no es el mismo, tuvo que esperar sesenta años (siete más que Florentino Ariza) para entregar de frente, con acordeón en mano, el tema que siempre quiso cantarle al amor de su vida. “Eso ocurrió en mi casa de Fonseca, no hace mucho, en1997, cuando me dispensó una visita. No sabes cuánto gozó con la canción”, dijo Bienvenido, celebrando su añoranza con un largo trago de whisky.
Jamás había escuchado esa canción a pesar de que en mi infancia fui seguidor contumaz del género vallenato. La mayoría de las emisoras marabinas radiaban música colombiana casi toda la temporada, y solo hacía una pausa en los últimos tres meses del año cuando la gaita zuliana imponía su dictadura.
De modo que alentado por los tragos que se repartían en esa parranda familiar, le pedí al legendario maestro que me complaciera.
La única referencia que tenía del tema era el fragmento de una estrofa de El cantor de Fonseca que dice: Y conocí muy bien a Bienvenido/El que compuso a Berta Caldera… Y sin pensarlo dos veces, el afable trovador le quitó el acordeón a su hijo Victorito (que lo acompañaba) y empezó a cantar el pegajoso paseo dedicado a un amor imposible. Don Bienvenido a sus ochenta y cinco años, con sus dedos casi petrificados, digitaba el teclado del acordeón con la soltura de un muchacho de veinte, y solo como saben hacerlo los colombianos. Era una magia, un frenesí envolvente. Nadie suspiró, nadie se movió para presenciar cómo ese dios, sumido en trance, bajaba de su Parnaso para regalar una tarde con lo más bonito de su arte, de su repertorio. Después, vino una larga y prolongada ovación de los asistentes. Todos querían abrazarlo y al mismo tiempo pedían otra interpretación de Berta Caldera. Así como recibía esa muestra de afecto y admiración, no podía evitar los continuos tragos que le ofrecían en copa de tapara, que él recibía con una mueca de aprobación.
Antes de anochecer, le dije que teníamos un vecino originario de Fonseca que había cumplido por esos días noventa y cinco años y me parecía oportuno presentárselo. Bienvenido quedó pensativo por unos segundos, y luego asintió:
–Bueno, busquemos ese paisano, a ver si puede pegarse con nosotros unos tragos de ron. Tenemos que brindar por él, porque noventa y cinco años no cumple cualquiera –dijo exhibiendo de nuevo su particular sonrisa.
Bienvenido no esperaba encontrarse con un coterráneo en esa comunidad del municipio Mara. Otros muchachos se ofrecieron de voluntarios para buscar al nonagenario personaje. Y a los pocos minutos apareció don José María Arregocés cuya familia había llegado a Las parcelas a comienzo de los sesenta y a la que me une desde entonces estrechos lazos de amistad. Se veía muy risueño con aquella tranquilidad que siempre lo caracterizaba, y por supuesto, con el deseo de conocer al folclorista recién llegado.
La presencia de don José María se tradujo en una gran sorpresa para Bienvenido: soltó el acordeón, seguida de una frase expresada solo cuando se tiene una afinidad cercana a los cien años: “¡Chema!”, exclamó, abrazando a su coterráneo.
Se conocían desde hacía casi ochenta años. En su juventud don Chema había sido cajero de muchos conjuntos vallenatos y también, compañero de parranda de Bienvenido en innumerables veladas en la Guajira.
Entre tragos, canciones y toques de acordeón, terminó aquel inolvidable encuentro de 2002 propiciado por mi hermano Calata, quien no solo me dio la dicha de ser su compadre, sino también la fortuna de conocer muy bien a Bienvenido, el que compuso a Berta Caldera.
Muchas gracias a todos.
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