Había una vez un caníbal llamado Horacio, famoso entre los suyos por ser un amante de la aventura y la gastronomía exótica.

in #spanish12 days ago

Mientras todos sus amigos preferían quedarse en la aldea comiendo lo de siempre, Horacio tenía un sueño diferente: recorrer el mundo y probar "sabores internacionales".

Un día, harto de la rutina, decidió tomarse unas vacaciones. Empacó sus cosas (un cuchillo afilado, un sartén portátil y su libro de recetas familiares) y partió hacia una isla paradisíaca en busca de nuevas experiencias culinarias.

Al llegar, se dio cuenta de que la isla era tan remota que no había restaurantes, ni tiendas, ni siquiera turistas. Solo estaba él, rodeado de palmeras, arena blanca y el sonido de las olas. Al principio, Horacio pensó que era la escapada perfecta: tranquilidad absoluta y la posibilidad de cazar algo interesante.

Pero pasaron los días, y no encontró nada que comer. Ni un solo turista, ni siquiera un náufrago perdido. Solo cocos y pescado, pero como buen caníbal, Horacio despreciaba la "comida vegetariana".
—¿Coco? ¿Pescado? ¡Qué falta de respeto para un paladar como el mío!

Para el tercer día, el hambre empezó a hacerle estragos. Su estómago rugía tanto que podía competir con el sonido de las olas. Fue entonces cuando empezó a mirar su propio brazo con cierto interés.
—Bueno... tal vez un pequeño aperitivo no sería tan mala idea. Después de todo, ¿quién sabe mejor lo que me gusta comer que yo mismo?

Al principio, la idea le pareció absurda, pero cuanto más lo pensaba, más lógica tenía. Así que, decidido y con su cuchillo en mano, Horacio se preparó su propio "banquete".

Cuando terminó su peculiar comida, limpió todo con cuidado y se recostó bajo una palmera, reflexionando:
—No estuvo tan mal. Algo fibroso, pero definitivamente mejor que pescado.

Tras una semana de sobrevivir "autoabasteciéndose", Horacio regresó a su aldea. Al llegar, sus amigos notaron que algo andaba mal.
—¡Horacio! —exclamó uno de ellos—. ¿Qué te pasó en el brazo?

Horacio, intentando mantener la compostura, sonrió y respondió con calma:
—Fui de vacaciones, pero... me tocó recurrir a self catering (autoabastecimiento).

Sus amigos se miraron, confundidos, hasta que uno de ellos entendió.
—¡Horacio, te comiste a ti mismo!

Horacio encogió los hombros y, señalando su brazo vendado, concluyó:
—Bueno, nadie dijo que las vacaciones fueran fáciles. ¡Al menos ahora sé que soy el plato más sabroso que he probado!

Desde aquel día, Horacio se convirtió en una leyenda entre los caníbales, no solo por su valentía al comerse a sí mismo, sino también por ser el único que podía decir, con toda propiedad:
—¡Yo soy mi propio chef!

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