Me las apañé para recobrar la compostura, y luego, con una media sonrisa, le devolví el saludo. —¿Cómo estás? —me preguntó.
—Yo muy bien, pero tú... Pareces molesto.
—Eres muy observadora, ¿lo sabías?
—Me lo han dicho.
—También eres predecible.
—Sí, lo soy.
Él sonrió, y fue como una flecha de cupido al corazón. Lo sorprendente era que hablábamos como si nos conociéramos de toda la vida. Todo era risas y bromas. Me agradaba estar así. Pedimos unos tragos, y luego, pasamos a la fase dos del interrogatorio. Si bien el día anterior, nos cuestionamos sobre nuestros gustos, él me aseguró que quería saber todo sobre mí.
—Cuéntame algo, ¿has salido con alguien aquí en Caracas?
Asentí. —Sí, con un compañero de la universidad. Estuvimos de novios por un año.
—¿Tan poquito?
—Habríamos durado más —tragué saliva y continué—, si él no me fuese puesto el cuerno.
—¿Bromeas? —negué—. ¡Qué idiota!
—Me lo dices a mí.
Alcé la vista y vi que mi mejor amiga regresaba del baño. ¿En qué momento se había ido? Vi, de soslayo, que él esbozaba una sonrisa burlona tan arrebatadora, que sólo pude contemplarle como tonta.
—¿Nos podrías tomar una foto? —le preguntó Selene.
—Claro —dijo, sonriente. Le entregué mi celular y en cuestiones de segundos, tomó la foto. Me entregó el móvil y se quedó mirándome. De pronto, extendió su mano, invitándome a bailar con él—. ¿Me concedes esta canción?
La primera canción era Te Robaré de Prince Royce. Después, el DJ cambió el ritmo a una salsa. Identifiqué la canción casi al instante: Amores como el nuestro, de Jerry Rivera. Ambos parecíamos dos piezas de rompecabezas que encajaban a la perfección. Minutos después, la melodía de Vivir Mi Vida de Marc Anthony, se hizo escuchar. Reímos.
—¿Quieres seguir? —me preguntó; asentí y él sonrió—. Esa es la actitud.
Al terminar la canción, regresamos. —Hemos vuelto —anunció mi compañero de baile.
—¿Lo han disfrutado? Digo las canciones —preguntó el chico.
—Por supuesto que sí —respondimos al mismo tiempo.
—Stefanía, él es mi amigo, del que te hablé hace un rato —me comentó él.
—Oh, un placer. Mi nombre es Stefanía.
—Santiago Córdoba. El placer es mío.
Nos sentamos juntos, para retomar nuestra conversación y no interrumpir al par de tortolos que charlaban de lo más natural. No quería que aquel momento se acabara. Se hicieron las dos de la madrugada, y yo no estaba interesada en regresar, hasta que el reloj marcó las cinco.
—Bueno, creo que es hora de regresar, así que nos vemos después, ¿te parece?
—No vale, ¿qué es? Yo también voy de salida. Debo comenzar a patear la calle para conseguir un trabajo estable, pero quiero dormir un poco antes de.
—Ah, bueno, si quieres te vas con nosotras —le propuse—. Yo cargo mi carro.
—Perfecto, entonces.
Se levantó para despedirse de su amigo y nos retiramos.
Bajamos hacia el sótano donde estaba el estacionamiento y subimos de inmediato al auto. —¿Esto es tuyo? —preguntó, asombrado.
—Sí, me lo regalaron mis padres cuando cumplí dieciocho.
—Wow, está muy bonito.
—Gracias.
El camino de regreso al edificio estuvo marcado por un silencio sepulcral. No sé si debía a la incomodidad o a que los tres estábamos bajo los efectos del alcohol. Por mi parte, era lo segundo. Mi cabeza explotaría en cuanto antes, si no tomaba algún analgésico.
Una vez dentro del edificio, nos bajamos y subimos. Él me ayudó, lo que agradecí, pues comenzaba a ver doble, y mi equilibrio no era muy bueno que se diga. Tomamos el ascensor para llegar más rápido. Al abrirse las puertas en el sexto piso, salimos. Nos despedimos como de costumbre y él siguió su camino.
Entramos al apartamento, y nos tumbamos en el sofá. Mi mejor amiga me miró y de repente, comenzamos a reír como locas por lo que había ocurrido aquel día. Nos dirigimos cada una a su habitación, pero antes, yo me detuve en el baño y me tomé tres pastillas de Atamel plus. Calmaron el dolor y me fui a dormir cuando éste remitió.
Una pesadilla había acabado con lo que quedaba de madrugada. Somnolienta, me desperté por los rayos del sol que se reflejaban en toda la habitación. La cortina que cubría las ventanas, estaba recogida con un lazo. Supuse que era obra de Selene. Busqué en mi bolso el móvil y lo desbloqueé para ver la hora.
—Hola, Bella durmiente —dijo mi hermana en tono burlón—. ¿Qué tal has dormido?
—Tuve una pesadilla pero obviando eso, dormí bien —dije.
—¿Y a dónde iras?
—El curso de inglés, lo había olvidado por completo. Se supone que tengo clase a las tres.
—¡Uhhhh! Bueno pero no te enrolles, en el microondas está tu almuerzo. Si necesitas algo más...
—Gracias, hermana mía —respondí. Tomé mi plato de comida y serví un poco de refresco.
Terminé de comer y me arreglé. Marqué el numero de mi primo y le llamé.
—¿Hola? —atendió él.
—Soy yo, mocoso.
—¡Hasta que apareciste! ¿Dónde estabas ayer?
—Oh, estaba en... Salí con Selene —le dije—. ¿Iremos al curso?
—Creí que lo habías olvidado.
—Pues mentiría si digo que no —él rió—. Espérame, dame diez minutos y paso por ti —le dije y colgué.
—Estás en tu casa, lo sabes —le dije a mi amiga—. Allí hay comida, libros, películas... Yo regreso a eso de las seis con la cena —asintió.
—Ya vete, se te hará más tarde.
Bajé apresurada hacia el sótano y encendí el auto. Las atestadas calles de Caracas me sacaban de quicio a veces. No era fácil vivir aquí. Llegué a la casa de mi primo y llamé nuevamente.
—¿Stefanía?
—Sí, sal ya mismo. Estoy afuera.
—Voy —colgó y en cuestión de segundos salió de su casa. Nos saludamos cuando ya estaba dentro del carro y emprendimos camino hacia el curso.
Las calles de Caracas estaban colmadas. Demasiado tráfico para mi gusto. ¿Cuánto tiempo podría esperar para llegar al conservatorio? "Revolution" de Diplo se dejó escuchar en el reproductor de sonido. Le subí todo el volumen y luego reconocí la melodía de "Princesa" de Río Roma. Marco reía mientras yo coreaba la canción a todo pulmón.
Cuando por fin llegamos al conservatorio, estacioné el auto y el hombre de seguridad colocó un cartel de "vigilado" en el parabrisas.
—No sabía que te gustaba esa música —comentó Marco cuando ya estábamos dentro.
—¿Y te haces llamar mi mejor amigo? ¿Qué clase de persona eres? —reímos.
—No, ya en serio. ¿Desde cuándo?
—Le he agarrado gusto desde que vi la saga Step Up, ya sabes, la de baile.
Asintió. —Son mis favoritas, fui yo quien te las enseñó.
—Sí, tienes razón —respondí.
Mi celular sonó justo cuando llegamos al edificio. Me percaté de que tenía varias llamadas y mensajes sin contestar. Mi corazón dio saltos de alegría cuando vi de quien se trataba. Aquello me distrajo por completo. Y, por supuesto, mi primo se molestó por no prestarle atención.
La clase fue realmente interesante. Pero debo confesar que todo esto lo hacía únicamente por mi carrera universitaria. Lo consideraba innecesario.
Salí y me dirigí al cafetín que estaba fuera del edificio. Faltaban apenas diez minutos para las cinco de la tarde. Compré dos empanadas de pabellón y una malta fría. ¡Como extrañaba eso! Marco se había quedado tomando nota, por lo que tuve que esperarlo.
—Qué raro en ti, chica. Siempre andas comiendo —dijo, sentándose frente a mí.
—Ya sabes como soy —reímos— ¿Quieres algo?
—Bueno, si me lo vas a brindar no me quejo.
—Tonto —saqué mi monedero y le di dinero suficiente—. Ve, cómprate algo.
De fondo se escuchaba "Me cambiaste la vida" de Río Roma. Traté de distraer mi mente que se empezaba a llenar de recuerdos, y lo logré. Mi príncipe encantado apareció en mis pensamientos, como si de magia se tratara. Sonreí.
—Ay vale, esa sonrisa yo la conozco —murmuró.
—No seas idiota.
Él estalló en risas.
—A ver, cuéntame ¿Qué tal te fue anoche?
—Es hora de irnos, te cuento en el camino —le dije. Tomé la otra empanada y la malta para llevármela. Él me siguió.
Subimos al auto y le di una colaboración al señor que lo vigilaba. Emprendí camino hacia la casa de mi primo. Le conté todo antes de llegar a su casa. Tenía la mirada puesta en la carretera mientras se escuchaba "Quien dijo amigos" de Ana Isabelle con Rakim y Ken-Y.
Se reunió conmigo delante del coche mientras caminábamos hacia el umbral de su casa. Me tenía la vista fija, porque sabía que no le podría ocultar nada de esa manera.
—¿Sabes lo hermoso qué es hablar con "tu alma gemela"? ¡Es lo mejor que te puede pasar! —chillé.
Con los ojos a punto de salirse de sus órbitas, Abigail estaba esperando sentada en el sofá con una taza de café. —Te lo he traído sano y salvo, como lo querías —le dije. Ella me fulminó con la mirada—. Creo que deberías aprender a confiar un poco más en mí. No soy una mala influencia como piensas.
—Es la verdad, mamá. Stefanía no es tan mala persona como crees —dijo Marco cuando estuvimos dentro de la casa—. Deberías confiar en ella.
—Bueno, pero miren a quien tenemos aquí —exclamó mi tío.
—Hola, tío, bendición —lo abracé, mientras que Abigail posó sus ojos sobre mí, intentando reunir sus pensamientos dispersos—. Supongo que debo irme. Se hará más tarde y el tráfico se pondrá fastidioso.
La madre de mi primo me dirigió una mirada elocuente y reprimí un suspiro.
—¿Por qué no mejor te quedas a cenar? —inquirió mi tío.
—¿Qué? Alex, la cena está completa —murmuró Abigail.
Sonreí para apaciguar la situación. —No hace falta, tío, yo voy a cenar en mi apartamento, de hecho, tengo a mi hermana esperándome allá —susurré.
—Bueno, está bien, otro día será —dijo, apenado por la actitud de su esposa. La comprensión relució en los ojos de mi tío—. Te cuidas, Stefanía. Nos vemos.
Gemí mientras salí de su casa, y al estar dentro del auto, maldije todas las veces posibles a Abigail. ¡Como la odiaba! —Ay ya, Stefanía, ella no debe ser tan importante para ti —me regañé en voz alta.
A propósito, encendí el reproductor a todo volumen y no pudo sonar otra canción mejor que la que empezaba a reproducirse. El tráfico, como era de suponerse, estaba pesado. Tardé dos horas o más en llegar a mi casa, contando las que tardé en la pizzería. Aparqué el auto en el sótano y subí las escaleras hasta planta física para luego tomar el ascensor. Al llegar a mi piso, noté la presencia de Mauricio. —¿Qué haces aquí?
—Vine a visitarte.
—Podrías haberme llamado, ¿no crees?
—No lo pensé.
—Bueno... Entonces, vamos.
—Eh... No puedo, solo vine a decirte algo. Será rápido —le miraba atenta—. Lo mejor es que yo... No sé ni como decirlo.
—Mauricio, insisto, pasa y hablamos mejor.
Él, resignado aceptó. El propósito de aquella visita era decirme que no seguiría esperando por mí, porque había alguien más en su vida. Me alegré por él y le deseé lo mejor. Quise invitarlo a cenar, pero se negó con el pretexto de que no tenía apetito. No le insistí, y dejé que se fuera.
Con mi mejor amiga, nos dispusimos a ver películas. Y tres horas después me acosté a dormir. Tenía demasiado sueño, y una tarea pendiente del curso. La haría mañana por la mañana. Conecté los auriculares a mi celular y me quedé mirando el techo por un rato largo. Decode de Paramore comenzó a sonar. Caí rendida cuando menos lo esperaba.
Desperté de golpe, producto de una pesadilla. Tomé mi celular y vi los mensajes. Todos eran de él. Encendí la laptop y me dispuse a escribir una historia que estaba floreciendo en mi mente.
—¿Qué tanto haces? —me preguntó Selene—. ¿No me dirás?
Dejé la MacBook a un lado y le miré. —Disculpa, amiga, es que estoy inspirada en una historia.
—¿Sobre?
—Romance, claro. Tengo la idea, pero estoy dándole forma.
—Oh, entiendo —susurró—. ¿Qué vamos a desayunar hoy?
—Unas ricas empanadas. Dame diez minutos, ya voy a prepararlas.
—Está bien, te buscaré todo mientras tanto.
Marqué el número de celular de mi primo, a ver si se dignaba a contestar, pero no tuve éxito. Salía desconectado desde hace quince horas. Idiota. Con mi hermana, nos dispusimos a preparar el desayuno. Ella bajó a comprar café mientras se cocinaba. Luego que llegó, desayunamos.
Eran las diez de la mañana cuando el teléfono local, sonó. Atendí de inmediato.
—¿Hola?
—Pulgosa.
—¿A esta hora te despiertas, Marco?
—Tenía sueño, ¿no puedo dormir? —rodé los ojos—. ¿Qué es eso tan urgente que debes contarme? Acabo de ver tu mensaje.
—Necesito tu ayuda.
—¿Cómo para qué o qué?
—Es que tengo un plan.
—¿Plan? ¿Stefanía que tienes en mente?
—Ven a casa, por favor.
—Enseguida estaré allá. Le diré a mi padre que me lleve.
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La puerta del apartamento se abrió, dejando ver a un Marco bastante molesto. Sus gestos lo delataban.
—Aquí estoy, ¿para que soy bueno? —anunció. Ninguna de las dos nos atrevíamos a preguntarle algo. Lo mejor era esperar que él mismo se desahogara. Le conté la idea que tenía con respecto a la historia, pero su mal humor me estaba sacando de quicio.
—¿Se puede saber que es lo que te pasa a ti? Andas de un genio que ni te digo...
—¿Quieres saber que me pasa? —se levantó, exasperado. Aquella reacción suya me tomó por sorpresa—. ¡Pasa Abigail! Esa mujer no...No me deja ser feliz.
—¿Qué hizo Cruella De Vil ahora?
—Es que, si te lo cuento, vas a querer matarla como yo.
Selene y yo nos miramos, asustadas. Mi primo contaba lo ridícula que podía ser su madrastra en ocasiones, los prejuicios que tiene con respecto a las clases sociales y las medidas drásticas que ha estado tomando. Lo que me impactó y molestó de toda esa situación, es que, por ser tan clasista, Cruella De Vil no quería que Marco saliera con Valentina.
—¿Cómo dices? A ver, ¿estás de broma o qué?
—¿Un chiste? No vale, ojalá fuera eso... Pero no, es en serio.
—¿Y mi tío que dice al respecto?
—No ha dicho nada todavía, pero espero que no se ponga del lado de Cruella.
—Despreocúpate, eso lo arreglaremos hoy mismo —marqué el número de mi tío y esperé que atendiera. Cuando lo hizo, suspiré—. ¡Tío! Que bueno que contestas, necesito hablar contigo. Es importante.
—Hija, Dios te bendiga, ¿debe ser ahorita? Estoy bastante ocupado. ¿Puede ser mañana?
—Me parece bien, con la condición de que dejes que Marco se quede esta noche aquí en el apartamento. Hay maratón de Harry Potter y tú sabes cómo es él —rió—. ¿Qué dices?
—Está bien, necesita distraerse después del pleito de hoy. Supongo ya te contó todo.
—Sí, justamente por eso quiero que nos sentemos a hablar.
—Me lo supuse. Bueno, te espero mañana.
—Allí estaré, tío.
—Un abrazo y la bendición para Marco, pásenla bien —dicho eso colgó
—¿Y? ¿Qué te dijo?
—Nos reuniremos mañana.
—No de eso, sino de quedarme aquí.
—Ah, dijo que sí —sonreímos.
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Cuando ya estuvo lista la cena, nos fuimos a la sala a ver televisión y comer. Hice zapping en todos los canales hasta encontrar mi favorito, y por suerte, estaban pasando Harry Potter y el Cáliz de Fuego, mi película preferida.
—Oh, buenísimo, esta es la mejor de todas —exclamó mi primo.
—Sí que lo es —coincidí—. Pero que chimbo, ya está terminando.
—Es miércoles de maratón, señorita.
—Yo sé, pero me habría gustado verla desde el principio, pues.
Luego de media hora, terminó la película y al cabo de unos minutos comenzó la otra. Sentía mis parpados pesados cuando ya iba por más de la mitad. Miré a mi hermana y ella rió.
—Si estás muy cansada, entonces ve a dormir, hermana. No te preocupes.
—¿Segura?
—Sí, en serio. Ve a dormir.
—Vale, te haré caso.
Me levanté y me dirigí a mi habitación. Coloqué una alarma que pudiera despertarme temprano, aunque sabía perfectamente que la burlaría. Lavé mi rostro y me puse un pijama para dormir. Caí demasiado rápido en los brazos de Morfeo.
Permanecía en mi cama, revisando mis redes sociales en la laptop. De momento, escuché ruidos en la sala. ¿Quién podría entrar si se suponía que la puerta principal tenía seguridad? Me levanté cuidadosamente, no podía hacer ningún movimiento en falso. Me asomé desde la puerta. Alguien susurró:
—No vayas, es peligroso.
Miré hacia los lados, inquieta. El temor me invadía. Un quejido se escuchó. No podía permanecer allí, sin hacer nada. Caminé y sentí como alguien me detuvo.
—¿Qué parte de no vayas porque es peligroso no has comprendido?
Traté de identificar aquella voz, pero no tuve éxito. Era muy poco familiar. Seguí caminando, pero aquella persona me detuvo nuevamente. Insistí y me acerqué hasta el lugar donde provenían los quejidos.
No podía ver casi nada debido a la tensa oscuridad, pero si sentí algo húmedo en el suelo. Iba tocando todo con la intención de encontrar el encendedor, y cuando por fin lo logré, me quedé inmóvil ante la imagen que tenía frente a mí.
—¡No! —chillé alterada al despertarme.
¿Qué demonios me estaba pasando? Estas pesadillas no eran comunes en mí. Me levanté y busqué un vaso de agua en la cocina. No tenía idea de qué hora era, pero podía jurar que aún no sonaba la alarma. Regresé a mi habitación y me volví a dormir.
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Los rayos de luz, provenientes del sol, se dejaban ver a primera hora del día en el cielo caraqueño. Jueves. Un día menos para el fin de semana. Lo esperaba con ansias. Quería verle de nuevo.
Como si lo fuese llamado con el pensamiento, recibí un mensaje suyo. Sonreí como tonta enamorada. Respondí y entré a ducharme.
—¿Stefanía, estás allí? —escuché decir. Era Selene
—¿Qué pasa, Selene? ¡Estoy en el baño!
—Vale, no hay problema
Mi celular comenzó a sonar. Miré la pantalla, pero no reconocí el número. Atendí luego de pensarlo. ¿Qué tal si querían secuestrarme? Uno nunca sabe lo que le pueda pasar. Aunque debo confesar que, por un momento, creí que era él. La ilusión desapareció cuando supe quien era.
—Soy yo, Christian.
—Ah, ¿qué tal?
—Oye, necesito que hablemos.
—¿Sobre?
—Es que te vi el lunes con unos tipos en Next Level y...
—¿Quieres saber si estoy saliendo con alguien?
No respondió.
—¿Es eso lo que querías saber, Christian?
—Sí bueno...Sí, es que me dio un poco de celos. Ya sé que es algo estúpido porque no tengo razones lógicas para celarte, pero te vi tan feliz ese día.
—Claro, mira, la cosa es que sí, estoy saliendo con alguien —mentí.
—Oh, vale, ¿y cómo se llama el chico?
—Ocúpate en tus asuntos, Christian.
—Pero solo quiero saber, no tienes por qué reaccionar así —respondió—. Además, creí que podíamos ser amigos. No lo sé.
—Una amistad puede convertirse en amor; lo opuesto, jamás —suspiré—. Lo siento, pero no puedo, Chris. Mi novio es muy celoso y capaz y no le gustará que esté de amiga con mi ex.
—Claro, comprendo —susurró—. Bueno, te dejo, solo quería saber eso.
—Vale, Christian, adiós.
Colgué y suspiré pesadamente. ¿Qué clase de mentira había dicho? Solo debía hacer hasta lo imposible para que aquello fuera lo más creíble que pudiera. Tenía que crear un plan, pero no se me ocurría absolutamente nada.
Me vestí con algo de ropa cómoda para luego ir a desayunar.
—¿Qué desayunaremos hoy? —preguntó Marco, apareciendo de repente.
—Sándwiches y jugo de fresa —respondí mientras buscaba en el refrigerador lo que necesitaría.
Unos tantos tomates, cebollas, pepinos y legumbres, luego el jamón, el queso y las salsas. Me quedé pensativa mientras decidía que era lo mejor. Guardé los vegetales y las salsas, dejando solo el jamón y el queso— ¿Podrías pasarme la mantequilla, por favor? Está en la estantería —le pedí.
—Claro.
Conecté el tostador para que calentara mientras rellenaba los sándwiches. Ella me ayudó con el jugo y luego que todo estuvo listo, nos sentamos a comer. Conversábamos de todo un poco hasta que recordé lo que debía hacer. Me concentré en la tarea del conservatorio y allí se me pasó toda la mañana. Cuando eran las once y media, me di por vencida.
—¡Ay! ¡Pero qué tedioso ha de ser esto! —chillé. Lancé el lápiz contra la mesa y me crucé de brazos. Mi hermana soltó una risotada—. No sabes lo fastidioso qué es...¡En serio!
—Mi pregunta es ¿por qué inglés? Creí que lo tuyo era la fotografía.
—Lo es, pero la carrera lo amerita. Y amiga, créeme que, de no ser así, ni siquiera habría pensado tomar algún curso —ella solo me miraba, tomó el papel y lo leyó—. ¿Ves? No tiene siquiera sentido alguno.
—¿A esta hora haces la tarea, Stefy? —intervino Marco.
—Llevo toda la mañana en esto. Es obvio que no lo podré lograr —me encogí de hombros.
—¿Y por qué no me pediste ayuda? Sabes que no te iba a dejar morir —suspiré—. A ti te pasa algo más. No estás así solo por la tarea, ¿me equivoco?
—No, nunca te equivocas.
—¿Se puede saber qué es lo que te tiene tan decaída? —indagó mi hermana.
—Son tantas cosas, muchachos.
—Déjame adivinar —la miré—, ¿sigues pensando en Mauricio? ¡Ya déjalo! Te dijo que no te esperaría, que hay alguien más.
Ellos estaban sentados frente a mí. Me conocían perfectamente y no podía mentirles en ningún momento. No se me daba muy bien el actuar, así que preferí hablar con la verdad.
—Creo que le estás dando demasiada importancia al asunto, Stefanía —espetó Marco.
—Y por eso me enfoqué en la tarea, bueno, quise concentrarme en esto. ¡Pero te juro que no puedo sacármelo de la cabeza!
—¿Por qué? ¿Acaso lo sigues queriendo?
—No, claro que no. No siento nada por él.
—¿Entonces?
—No lo sé. Quiero ocupar mi mente en otras cosas, distraerme. ¡No quiero pensar tanto en él, no lo merece! —murmuré—. ¿Saben qué? Iré por café, eso me ayudará.
—Me parece muy bien —le sonreí a medias—. Ya olvídate de él, ¡por favor! Realmente no lo vale, Stefanía.
—Lo sé.
—¿Quieres que te acompañe?
—No, quiero ir sola... O mejor sí, ve conmigo, amiga.
—¿Me prestas tu laptop? —preguntó Marco, asentí.
Tomé las llaves junto con el monedero y salí.
—Tal vez, sea hora de un cambio, amiga —me dijo ella.
—¿Tú crees? —asintió— ¿De qué clase de cambio hablamos?
—De un cambio total.
—Sí...—murmuré, mientras caminábamos hacia las escaleras—. Tienes razón.
—¿Te parece el viernes? —asentí de inmediato—. Perfecto, entonces déjame llamar al centro de belleza donde yo voy, verás que quedarás hermosa. Mejor que nunca.
—Eres la mejor.
—Lo sé, por cierto, ¿qué piensas hacer con este chico? ¿Cómo es que se llama? —preguntó justo cuando pasamos frente a su apartamento. Me detuve en seco en el momento que lo vi salir. Al darse vuelta, nuestras miradas chocaron, perdiéndonos en el tiempo y el espacio.
El resto del día pasó lento. Con la ayuda de Marco, pude terminar la tarea, y cuando se la entregué al profesor, quedó fascinado. Solo me hizo unas pequeñas correcciones. Como de costumbre, llevé a mi primo hasta su casa, pero esta vez no me bajé del auto. Marco comprendía la razón, por lo que no insistió en ningún momento. Apenas lo vi entrar, emprendí el camino hasta el departamento. Tardé como dos horas en llegar debido al tráfico que había.
—Hasta que por fin llegas, me estaba preocupando por ti.
—Sabes que a esta hora el tráfico se pone fatal.
—Sí, es cierto.
—Llamaré a Marco para que se quede tranquilo, le prometí que lo haría.
Estuve hablando con él por media hora. Gracias al cielo, él no tocaba el tema que tanto me perturbaba, siempre hablábamos de cosas distintas. Luego recordé lo de la propuesta que le tenía y se la conté. Él aceptó. Cambiamos el tema como tres veces más, contando que se puso celoso porque estaba pasando mucho tiempo con mi hermana, le expliqué la razón y él pareció comprenderlo. Luego de que colgué, comencé a preparar la cena, y Selene me ayudó con el jugo porque no quería que yo hiciera todo. Concentré la mente en playas soleadas y palmeras mientras terminaba las enchiladas y las metía en el horno.
—Ya es tarde, debo irme a dormir —dije y sin más, me retiré hacia mi habitación.
Ganas de hablar, no tenía. Conecté los auriculares a mi celular y apenas escuché la primera melodía, la identifiqué. Cerré los ojos y me imaginé un mundo paralelo, un mundo donde no existieran tantos problemas, uno donde no tuviera más que la mirada color avellana de aquel chico de la cafetería.
Estaba de camino a la cafetería. Como todos los sábados, hoy iría a comprar el café para el desayuno. Pero este era más especial porque él me había citado para conversar. Respiré profundo antes de entrar y cuando lo vi, el corazón se me detuvo. Caminé lentamente hacia la mesa dónde él se encontraba.
—¡Stefanía! ¡Qué bueno verte! —exclamó al verme—. Creí que no vendrías.
—Era a las diez de la mañana—le recordé.
—Oh, sí, tienes razón.
Él tenía una ancha y perturbadora sonrisa en su rostro. Era tan perfecto. Traté de sostenerle la mirada pero era algo imposible. Me perdía como siempre en sus ojos. Se había formado un silencio bastante incómodo para mi gusto. Me atreví a romperlo.
—¿Y a qué se debe esta cita?¿Hay algo importante que me quieras decir?
—Sí. Debemos hablar, Stefanía.
—Vale, cuéntame. ¿De qué se trata?
Su sonrisa se borró cuando le pregunté aquello. ¿Qué podría ser tan malo? ¡No, Stefanía, estás delirando. No es nada del otro mundo. Piensa positivo. Traté de convencerme a mí misma de que así era. Me senté frente a él en la mesa, él había bajado la vista sin razón alguna.
Nuestras miradas se encontraron otra vez. Sus ojos eran sorprendentemente tiernos.
—¿Y bien? ¿De que querías hablarme?
—Verás —prosiguió—, hubiera preferido citarte en un lugar más privado, pero no se me ocurrió sino hasta ahora. La cosa es que debo ser franco contigo.
Era lo bastante humana como para tener preguntar:
—¿Por qué?
—Stefanía —pronunció mi nombre completo con cuidado al tiempo que me despeinaba el pelo con la mano libre; un estremecimiento recorrió mi cuerpo ante ese roce fortuito—. No podría vivir en paz conmigo mismo si te causara daño alguno o hiriera tu corazón —fijó su mirada en el suelo, nuevamente avergonzado—. La sola idea de pensar en ello no me agrada para nada. Sería insoportable —sentí mi corazón volcarse cuando clavó sus hermosos y torturados ojos en los míos—. Ahora eres lo más importante para mí, lo más importante que he tenido nunca.
La cabeza empezó a darme vueltas ante el rápido giro que había dado nuestra conversación. De repente nos estábamos declarando. Aguardó, y supe que sus ojos no se apartaban de mí a pesar de fijar los míos en nuestras manos. Al final, dije:
—Ya conoces mis sentimientos, por supuesto. Estoy aquí, lo que, burdamente traducido, significa que preferiría morir antes que alejarme de ti —hice una mueca—. Soy idiota.
—Eres idiota—aceptó con una risa.
Nuestras miradas se encontraron y también me reí. Nos reímos juntos de lo absurdo y estúpido de la situación.
—Pero ya quisiera corresponderte, Stefanía...—murmuró. Desvié la vista para ocultar mis ojos mientras me estremecía al oírle pronunciar la palabra—. Llevo días debatiéndome los sentimientos, aclarándolos. Y sé que lo que te voy a decir ahora, no es nada agradable. Para mí no lo es y sé que para ti tampoco.
—¡Dímelo sin pensarlo!—musité.
—Lo mejor es que seamos amigos. Perdóname, pero no estoy listo para una relación —asentí lentamente—. No quiero que perdamos esta amistad, te pido que me perdones por no poder corresponderte.
Mi mirada se perdió en la cafetería, tomé un sorbo de mi taza de mocaccino y me pregunté dónde estarían ahora sus pensamientos.
—¿Para qué...? —cuestioné, pero luego me detuve al no estar segura de cómo proseguir.
Él me miró y sonrió.
—¿Sí?
—¿Para eso me citaste? ¿Para mandarme directo a la friendzone? —reí irónica—. Claro, no respondas, ya creo saber la razón.
—No, no la sabes.
—¿Qué es lo que pasa entonces?¿Por qué si hace unos días estábamos de lo mejor? —inquirí—. Fui tan estúpida al creer que tú te fijarías en alguien como yo.
Me levanté del sillón y me dirigí hacia la salida. Él me llamaba pero yo decidí ignorarlo.
Abrí los ojos de golpe ante una desagradable sensación de nauseas. ¿Por qué coño estaba soñando ese tipo de cosas? Apenas lo había visto dos veces y fue mucho. Menos mal no se cumplían porqué de ser así, no insistiría en buscarlo ni nada por el estilo. Yo no era interesante y él sí. Interesante, misterioso, guapo, inteligente...¿Existía una posibilidad de que él se fijara en mí? Sí así era, pues sería completamente afortunada.
Miré el reloj, y asombrada por la hora, me fui a la cocina. Todavía estaba demasiado oscuro para poder ver con claridad y no iba a encender la luz para despertar a mi hermana. Busqué con cuidado un vaso de agua y luego regresé a mi habitación. Me senté en la orilla de la cama, pero decidí acostarme nuevamente.
Reactivé la música para tratar de conciliar el sueño. Júpiter de Sleeping at Last se comenzó a escuchar. No tuve éxito en mi objetivo, pues la imagen de aquel chico no se borraba de mi mente. Sus ojos color avellana, sus carnosos labios y el candado de su mentón lo hacían demasiado perfecto para ser real.
—No, él no puede ser para mí—murmuré mirando el techo—¿Quién podría fijarse en una chica tan...En una chica como yo?
Un mensaje llegó interrumpiendo los acordes de Chasing Cars de Sleeping At Last. Abrí el texto y lo leí.
Hola, ¿cómo estás? Espero no molestar.
—J.M.
Francamente no me había detenido a fijarme en el remitente hasta que vi el número. Sonreí, pero, ¿y si era una pesadilla? ¿Estaba realmente despierta? No lo sé. Leí el mensaje diez veces para cerciorarme de que así era. ¿Ahora qué? ¿Le respondía? ¡Caray! ¡No sabía que hacer!
Respóndele, no pierdes nada con eso. Tal vez te responda.
Comencé a presionar algunas teclas con los dedos temblorosos. ¿Y si pensaba que estaba desesperada? No podía permitir esa mala reputación. Ya me había ganado la imagen de despistada por el tropiezo de la otra vez.
Hola, yo estoy muy bien ¿y tú que tal?
-S.A.
Lo pensé varias veces antes de enviarlo. No me importaba de donde había sacado él mi número, ya le preguntaría luego. Otro mensaje llegó y poco a poco entablamos una conversación agradable. Hasta que me quedé dormida nuevamente.
Finalmente, me despertó la tenue luz de otro día nublado. Yacía con el brazo sobre los ojos, grogui y confusa. Algo, el atisbo de un sueño digno de recordar, pugnaba por abrirse paso en mi mente. Gemí y rodé sobre un costado esperando volver a dormirme. Y entonces lo acaecido el día anterior irrumpió en mi conciencia.
—¡Oh!
Me senté tan deprisa que la cabeza me empezó a dar vueltas. Era viernes, otra vez. Miré hacia los lados y ubiqué mi celular en la mesita de luz. ¿En qué momento lo había puesto allí? Recordé que no estaba sola. Seguro había sido cosa de mi hermana, sobre todo lo del cortinal recogido.
—Vaya, sí que he dormido.
—Bastante —me dijo alguien.
Giré a ver y era Marco. Él sonrió.
—¿Qué hora es exactamente?
—Son las once y media de la mañana.
¡Wow! Para haberme dormido a las dos de la madrugada, no estaba mal. Nueve horas. Y sentía que me faltaba sueño. Revisé el móvil y vi los tres mensajes que tenía en la bandeja. Sonreí al ver que todos eran de él.
"¿Estás?"
"Vale, creo que te has aburrido de mí."
"Descansa, que tengas linda noche."
—¿Con quién hablas prima?
—Míralo tú mismo —le entregué el celular y me levanté para ir al baño.
Lavé mi cara y recogí mi cabello. Un olor a pasticho inundó mis fosas nasales y me provocó un rugir de estómago. Tenía bastante hambre. Salí de la habitación y me dirigí a la cocina para encontrarme con mi hermana. Mi primo me siguió mientras leía la conversación con mi príncipe.
—No puedo creerlo, Stefanía. ¿Cómo es que no me lo dijiste?
—Lo siento —le dije. Estaba más que feliz.
—Vaya, te ha cambiado el humor—murmuró mi amiga.
—Sí, hoy estoy feliz y nada me va a quitar eso —repliqué—. Primo, ¿te quedas a almorzar? Yo te llevo al conservatorio, igual en un rato saldremos —él asintió.
Toda la tarde nos la pasamos en el centro de belleza, obviamente luego de dejar a Marco en sus clases de música. Más tarde, él me escribió para pasarlo buscando, tal como habíamos quedado. Así hicimos. Iba a llevarlo a su casa, pero decidí que se iría con nosotras a comer en Buffalo Wings. Hoy cenaríamos en la calle.
—A ver, ¿qué quieren comer? —pregunté cuando íbamos en el auto.
—A mí me provoca una pizza y una hamburguesa —habló Selene. Rodé los ojos, ella amaba la pizza.
—A mí una hamburguesa —dijo Marco.
—Yo voto por la hamburguesa —hablé.
—Bueno, entonces gana la hamburguesa —reímos los tres—. ¿A dónde iremos?
—A Buffalo Wings
—¡No! —exclamaron los dos.
—Mejor vamos a Hard Rock —habló mi primo.
—No, a ese lugar no vuelvo.
—No seas ridícula, Stefanía.
—No iré a Hard Rock. Prefiero ir al Ávila u otro lado.
—¡A ver, vamos a Buffalo a ver qué tal son las hamburguesas allí! Y luego calificamos para la próxima.
—Me parece bien.
—Entonces, ¡vamos a Buffalo Wings!
Luego de hacer el pedido, cancelé y nos sentamos a comer. A decir verdad, nos la pasamos muy bien. Reíamos a cada rato por las impertinentes ocurrencias de mi primo, y sobre todo, recordando la vergüenza del viernes anterior con el auto. Hasta que a Marco se le ocurrió burlarse de lo que me ocurrió en la cafetería el día sábado.
—Juro que me habría encantado ver la cara de Stefanía cuando tropezó con este chico en El Gran Café, el sábado pasado.
—Marco, primo querido, ¿podrías callarte? —le pregunté entre dientes. Pero no, ambos hicieron como si yo no dije nada. Reían a carcajadas—. No, pues, gracias, de veras.
—¡No seas picada, prima!
Mi móvil sonó avisándome la llegada de un mensaje. Sonreí, inevitablemente, cuando vi de quien se trataba. Ellos lo notaron.
—¡Ay vale! ¡Ya la perdimos! —exclamaron los dos al unísono.
—¿Qué cosas dicen? —pregunté mientras trataba de concentrarme en el mensaje.
—Seguro es él —murmuró Marco—. ¿Cómo es que se llama? ¡Ah, ya! ¡El chico de la cafetería!
—Cállate, Marco Antonio—mascullé.
Hola, Stefy, ¿cómo estás?
- J.M
Le respondí y lo envié sin pensarlo dos veces. No podía dejar de sonreír. Parecía idiota, ya lo sé. Pero él era especial.
—¿Quién es el afortunado? —preguntó mi primo en tono burlón.
—Marco Antonio, callate o te juro que...
—¿Qué? ¿Qué me vas a hacer?
—Te dejo sin transporte esta noche.
—No eres capaz —alcé una ceja, retándolo—. Bueno, está bien, me callo.
Enseguida me llegó un nuevo mensaje. Platicar con él era interesante, aunque a veces me preguntaba cosas de mí y yo intentaba desviarme. Ya sé, era demasiado idiota.
Chillé emocionada al saber que saldría con él y cerré la bandeja de mensajes. Inevitablemente todos me miraron, y sentí mis mejillas arder por la vergüenza. Bajé mi cabeza apenada. Mi teléfono sonó avisándome de otro mensaje. El corazón se me aceleró. Era de él. Lo respondí y poco a poco se fue formando una agradable conversación. Estaba feliz. Dentro de mí había una pequeña esperanza de que esta vez, todo saldría bien.
—¿Nos estás escuchando, Stefanía? —reclamó mi primo, mirándome seriamente.
—¿Ah? ¿Qué?
—Si eres idiota, ¿te has visto la cara que tienes justo ahora?
—Ay Marco, tú no hables. Desde que estás de novio con Valentina no haces más que sonreír como imbécil.
Él no dijo nada más.
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