El tema de la sinceridad en el trato es uno de los más trajinados por la literatura de autoayuda y desde luego, el motivo de cuánta composición romántica ha existido hasta nuestros días.
Decir la verdad es también un mal manido eslogan de las campañas políticas y de cuánto personaje pretenda ganarse la confianza ajena, colocándose la mano en el pecho y exclamando: “¡sin que me quede nada por dentro!”. Esto es, con la sería advertencia de que tendremos que aguantar, sin protesta alguna, que nos exprese el contenido que mantiene retenido en su interior.
Peor aun es aquel que, en medio de una conversación, dice con ira solemne: “vamos a ser sinceros...”. Lo cual significa: “hasta ahora nos hemos estado cayendo a mentiras; pero de ahora en adelante, cambiamos”.
Desde luego, no habría nada de malo en esas rutinas teatrales si no fuera porque a veces son aprovechadas por embusteros irredentos que se valen de ellas para darnos un buen baño de falsedades. Este recurso es igualmente empleado por quienes no pueden contener su agresividad o su desconocimiento de las reglas y normas de cortesía y arguyendo que son los más honestos del mundo, nos disparan a quemarropa cosas como: “¡Sin que me quede nada por dentro: tú lo que eres es un perfecto imbécil!”, o “te digo la verdad bien clarita...” y a continuación se despepitan en groserías o invectivas que por su grandeza no podemos incluir en estas líneas.
Lo particularmente llamativo de estos representantes de la absoluta honestidad es que muy pocas veces están preparados para recibir una dosis de su propia medicina. Cuando advierten que existen otros tantos dispuestos a no dejarse nada por dentro, tienden a ofenderse o a salir huyendo despavoridos.
Poco entienden ellos que la verdad no es algo que se deba emplear como un arma, ni tampoco una medalla que se lleva ostentosamente, sino un valor que se reconoce en la palabra, en el gesto y, sobre todo, en las acciones.
Por eso nunca exijo que se me hable con sinceridad, sino que se me hable simplemente. Ya me encargaré yo de averiguar dónde está la verdad.
Muy pero muy sabias palabras, tan siceras y verdaderas como su pedido de comunicación.
Difiero un poco yo en mis modos ya que suelo ser brutalmente honesto para con mis amigos y allegados y bastante honesto directo con quienes entablo conversación, pero jamás dejo de ser amable, ese debe ser el motivo por el cual soy aceptado en cualquier círculo.
¡Vaya! Genial. Quieres decir que la honestidad en casos donde no se quiere revelar por ser “negativa” o desagradable para el receptor, si es acompañada de amabilidad, puede resultar en una acción positiva, dependiendo de varios aspectos, claro, pero si es posible. Gracias por tu aporte. ¡Saludos!
Totalmente cierto amiga! La sinceridad hoy en día es una especie en extinción que suele estar ausente siempre que se hace gala de ella.
Exactamente. Buenas palabras, gracias por ello. ¡Saludos!