Capítulo I — Un regreso, un silencio.
Despierto exhausta, sin ánimos de seguir está terrible vida, sin felicidad por algo en lo que luchar. Aborrezco despertar y recordar esta estúpida realidad que me consume. Como anhelo vivir en una realidad sin mentiras, sin malicia. Alegre y sin preocupaciones. Pero, claro. Solo sucede en aquellos cuentos de hadas que le comentan a cualquier niña.
Impregnaré en estos papeles mis lamentos, mis angustias y mis gritos de ayuda. En la cual contaré mi preciosa historia. Sé que pasará de alto, ignorado como siempre ha sido en mi vida.
Hija única, padres divorciados. Un padre despreocupado a lo cual es más probable que ha deseado más un hijo. Una madre alcohólica que nunca ha superado su pasado. Un vecindario donde te critica, te atormenta y desprecian. Una universidad donde todos de odian.
Está de más que muchos pensaran que esta es una historia típica de una adolescente promedio, pero como todos saben, para poder hablar, tienes que escuchar tu propio eco.
Esta última semana, ha sido la peor de mi vida. Mi madre se ha suicidado por la depresión, la presión en la cual sometía su mente la carcomía hasta que se consumió como un cigarrillo. Siempre me había visto como una carga, que mi existencia le había arruinado la vida. ¿No se la había arruinado ella sola? ¿Cuál es mi carga? No asistí a su funeral, no quería saber nada ella. Igualmente si asistiría no regresaría a la vida. Aquel día vestí lúgubre y me quede sola en casa. ¿Por qué me vestí? Ni yo tengo la respuesta. ¿No es lo que todos hacen?
Me puse a indagar en su habitación. Buscando respuestas sobre su suicidio. En la cual encuentro un frasco de píldoras para dormir. ¿Qué más daba? Estaba exhausta de este alboroto, formado por mi familia. Bueno. ¿Se podría considerar de esa manera? Así que tome decisiva el frasco de píldoras y me dirigí a mi habitación. Encendí mi reproductor y coloque mi pieza de violín favorita. Danse Macabre de Camille Saints Saëns. Tome una píldora, mientras me acostaba en mi cama esperando que surtiera efecto aquella droga. A un par de minutos sentía como mi cuerpo se relajaba y pesaba. Mis parpados se cerraban con delicadeza y finalmente sucumbí a los brazos de Morfeo.
Ahí fue cuando comenzó todo.
Primera Noche — Árboles.
Cuando abrí nuevamente mis ojos para percatarme en la realidad en la que me encontraba. Me encontraba en un bosque de preciosos árboles. Era magnifico, me encantaba admirarlos no solo por la majestuosidad de aquellos inmensos árboles. Increíbles, me encantaría utilizarlos alguna vez para mis estudios. A lo lejos admiré un glorioso y voluminoso árbol que nunca había visto. Ni siquiera en aquellos libros que me encantaba estudiar. Seguí caminando extasiada por su belleza, observando sus hojas era un color bermellón mientras su contorno era una especie de dorado. Aumenté mi paso, quería admirar ese exótico árbol lo más pronto posible. Mientras iba rumbo, admiraba lo que había a mi alrededor. En lo cual un gran río pasaba a lo largo de mi camino. Así mismo cuando más me acercaba hacía el árbol, el río se volvía más escandaloso e impetuoso. Aunque ante mi visión aquel árbol se veía cerca, estaba realmente lejos. Mi perspectiva me había engañado.
Entre pétalos y flores, una colonia de mariposas monarcas. Reí ante tal acto, de seguro mi presencia las alertó. Un fenómeno increíble y placentero. Note que se dirigían hacia mí mismo destino. Aceleré mi paso hacía el majestuoso árbol. Respiré hondo cuando llegue a mi destino, orgullosamente baje el ritmo de mis pasos sintiéndome insignificante ante aquel inmenso árbol. Me quedé sin habla.
Las mariposas que había observado hace poco posadas ante sus ramas. Exhausta me recosté en su tronco unos minutos dejándome llevar por la brisa y el momento. Cerré mis ojos para descansar. Pero sin percatarme una silueta apareció ante mí.
Cuando levanto mis parpados observo una silueta que no logro distinguir. Mientras mis ojos se acomodaban ante el entorno pude admirar un chico de estatura promedio. Castaño. Me fije en sus ojos color miel que me observaban. De manera instintiva le pregunto: “¿Quién eres?”
Una voz tosca me respondió. —“Aquí la pregunta sería: ¿Qué hace alguien como tú aquí y cómo logras entrar?”—De manera altanera le respondo—“¿Disculpe? Una pregunta no se responde con otra, es descortés. Estaba descansando en este árbol. Podrías responderme: ¿Quién eres?”— pronuncio levantándome del suelo. Me observa de manera orgullosa en la cual comenta. —“Mi nombre es…”
Antes que pronunciará su nombre, siento como si me faltará el aire. Los sonidos se apagan, solo escucho un grito. Era la voz de mi padre. Desperté
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