La gran mayoría de los cocineros famosos y conocidos dirán que su primera experiencia en cocina fue con sus abuelas, enseñándolos a cocinar desde que eran unos niños, así se enamoraron de este arte tan majestuoso y algunos pudieron formalizar sus estudios gastronómicos, otros tal vez no, pero continuaron trabajando y ganando experiencia.
Definitivamente a mí no me pasó así.
En mí familia siempre se comió comida Española, porque cocinaba mí abuela (nació en Sevilla y a los 20 años migró a Venezuela buscando huir de la guerra), también cocinaba mí tío, una mezcla de Mediterráneo con Caraqueño. Mí papá, le encantaba hacer parrillas y algunas veces llevar animales exóticos para que los probáramos (Lapa, chigüire, morrocoy, etc)
Pero yo no ayudaba a cocinar, no me gustaba la cocina. No probaba esos animales raros, ni me gustaba la comida del mar. Sólo comía cosas muy puntuales y ayudaba solamente a fregar los platos al final de la comida; Más bien, me regañaban por no ayudar a cocinar.
Me mudé a Mérida a los 16 años, solo. Comía solo y cocinaba solo. Me aburría cocinar para mí, así que, a veces comía cotufas en la cena o pasta con salsa de tomate, porque no sabía hacer otra cosa.
Cuando tenía 20 años, una amiga me llamó desde su pequeño café para decirme que necesitaban alguien que lavara los platos ese fin de semana porque no tenían quién los ayudara, lo pensé un par de veces y fui, efectivamente lavé los platos ese fin de semana pero me gustó el ambiente y volví el fin de semana siguiente. Ayudé a servir platos (Desayunos, postres y merengadas, nada complicado) con la ayuda de Alejandro (el jefe de cocina en ese momento) fui agarrando mas experiencia y dominando todo lo que se hacía allí. Nos convertimos en los encargados de la pequeña cocina de ese café por casi año y medio, siempre buscando hacer lo mejor y mejorar cada día más.
Un día mí novia me dijo "Están dando un curso de cocina internacional en tal instituto, deberías ir a ver qué tal". Y yo no había pensado en eso, pero podía instruirme en algo que aparentemente era bueno y no lo sabía: La cocina.
No tenía ni cuchillo propio, así que con ayuda de mi mamá me compré mis primeros dos cuchillos: Un deshuesador y una puntilla, estaba feliz.
Corrí con la suerte que mis profesores amaban la comida Venezolana por encima de los demás países, y sembraron una semilla en mí: La de la gastronomía nacional.
A los 22 años, le dije a mis papás que dejaría de estudiar Ingeniería para ponerme a cocinar en un restaurante en un gran hotel de Mérida, estoy seguro que se pusieron a llorar y estuvieron molestos conmigo por meses. Hasta que vieron que de verdad era lo que me apasionaba y me empezaron a apoyar.
Cuatro meses después, con la ayuda de mis papás y de mis abuelos, estaba yendo a la isla de Margarita a estudiar en el Instituto Culinario y Turístico del Caribe, lastimosamente el curso regular de un año no estaba disponible, así que tomé todos los cursos cortos que pude hacer: Panadería, Técnicas de cocina, Gerencia Gastronómica y unas maravillosas pasantías en el Langar de Sumito, donde fui felíz y aprendí desde su filosofía de cocina como lo que significa comer Venezolano.
Ahí estaba yo, un muchacho de 22 años, que nunca cocinó en su casa con su familia pero que empezó lavando platos en un pequeño café en Mérida y poco a poco fue encontrando amor por la comida y cocinar para los demás.
Y aquí una pequeña maracucha loquita por probar esos platos. Qué historia tan linda, me encanta que sea tan fuera de lo común.
Necesito comentar un gran: AWWWW. Me encantó.