- Quizás mi mayor acto de cordura fue volverme loco.
Estas fueron las primeras palabras que le escuché decir mientras le trataba. Era un hombre extraño. Le trajeron por pedido exclusivo de un presidente. Yo le entendía porque compartíamos patria e idioma. Le empecé a oír porque sentía inmensa curiosidad. Le daban por acabado, por haber quedado sin mente. Pero estaba lúcido, frente a mí. Me observaba. Me dio miedo pero le escuché.
-Admito haberme pasado un poco de irresponsable. Pero la locura no me dio de casualidad, en esos pocos días nefastos vi a la historia delante de mí y sentí miedo. Ellos no lo notaban porque ambicionaban con sus vasos de vidrio, miraban con desdén. Yo no les temía porque sabía que tenía al partido conmigo. Pero ellos tenían hambre. Yo los veía y me daba cuenta qué tenía adelante.
Su mirada era tristona, se sentía dolido. Admitía haber querido dar más por su país pero que no lo hacía porque ya su país estaba muerto. me decía que si quería saber más que leyera, aunque fuesen comunistas sobre Venezuela lo desolador parece condenado a ser siempre la verdad, me decía con melancolía.
- Ya había pasado la época de hombres de honor. Medina era muy blando, y yo un cobarde. No tenía las ganas de pararme ante Betancourt y sus masas. Usted dirá, que yo tenía el apoyo de AD pero mira cómo se lanzaron a los militares cuando Octubre, lo mismo me hubiese pasado a mí. Y yo no quería pararme ante Chalbaud, ni mucho menos ante Perez Jimenez. Yo no tenía la fuerza y mi carne olía a muerte y la política estaba rodeada de zamuros. Pararme ante la historia solamente podía pasar si Medina estaba conmigo y también Eleazar, pero ellos mismos estaban peleados y eso me debilitaba.
La mirada de soslayo que lanzaba era siempre triste. No podía admitirlo pero él odiaba su cobardía pero admitía su impotencia. Hay hombres a los que la historia les queda grande. Él lo supo cuando los vio. Gómez, Eleazar y Medina habían criado cuervos y estos apuntaban a sus ojos, pero él sabía que el Bagre podía, que Eleazar podía, que Medina podía pero se sabía solo. Ni los comunistas estaban con él, esa era su esperanza para debilitar a los adecos aunque le dejase expuesto ante los militares. Y esos militares querían todo. No dudarían en tumbarle así como no duraron en lanzarse como hicieron con Medina...eso lo reiteraba mucho porque le hacía sentirse más triste. "Lo dejé solo" se decía de manera un poco autocomplaciente.
-Y lo peor es que odio al pueblo venezolano. Lo detesto. Ellos permitieron esto, se dejaron embaucar y seducir. Nosotros hicimos la casa, la cama y pusimos la mesa para que adecos y militares ahora vivan la buena vida. Y lo peor es que todo también es culpa del corazón cándido de Medina...¿cómo carajos no apuntó a la reelección o a que gobernase Eleasar? Todo por no dejarle el Poder a un compadre buscó a un candidato que nadie estuviese en contra. La mejor de las actitudes ante tanto zamuro. Y el pueblo pendejo no le defendió cuando salieron los militares, no lo pelearon para que retornase, ni siquiera votaron por el partido cuando ganó Gallegos. Nos olvidaron. ¿Yo iba a gobernar para un pueblo que me iba a dejar a mi suerte si no era complaciente con sus necesidades? Por eso me volví loco, un pueblo necio que su necedad provocaba el avance de los zamuros no era algo con lo que yo quisiera lidiar. Y el muerto más feo le cayó al pobre Gallegos.
Lo miré por última vez y lo dejé tranquilo. Sabía muy bien que lo mejor para su alma dolida era terminar de morir